Cervantes tenía 57 años cuando apareció la primera parte del Quijote. Llevaba 20 años sin publicar nada (su última obra publicada fue La Galatea) aunque había compuesto algunas novelas ejemplares, que no se imprimieron, y algunas comedias que no se estrenaron en su mayoría. Por ello, causó más sorpresa y envidia entre los escritores que reconocieron, sin embargo, el valor de esta extraña novela. El público la acogió con interés, y enseguida se sucedieron las ediciones, (seis en el mismo año de 1605), impresas por Juan de la Cuesta, y editada por el librero Francisco de Robles En 1612, se tradujo al inglés, y, al francés, en 1614.
Diez años después, Cervantes hizo imprimir la segunda parte. En 1614, un autor que usaba el pseudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, publicó en Tarragona una continuación del Quijote con el título Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, en cuyo prólogo atacó a Cervantes quien, con la indignación de lo que consideraba una usurpación de la obra, acabó precipitadamente la segunda parte con algunos episodios cambiados con respecto al plan inicial.
El hecho de que en los siglos XV y XVI se descubrieran lugares y civilizaciones exóticas fue una de las razones para que la gente creyera, a veces, como natural, lo que era imaginario. Avanzado el siglo XVI, empezó a sentirse la necesidad de distinguir lo que era historia y lo que no era. Aunque aún la historia se revestía de ficción, y la ficción se disfrazaba de historia, se abría paso el camino de la investigación. En este ambiente intelectual de credulidad tradicional y necesidad de investigación (confusión) se creó el Quijote, también con una mente confusa.
Cervantes critica las novelas de caballería por su falta de verdad poética. Las pretensiones del autor al afirmar que su libro debería ser considerado como verdadero se refieren a la verdad de su libro en el único sentido posible: el de la verdad poética. El lector percibe como verdaderas las aventuras de don Quijote, dentro de la ficción. Si en el siglo XVI había una total indiferencia hacia si era real o fábula lo que se trataba, Cervantes no deja a la capacidad del lector si puede haber malentendidos. Por ello, insiste en el tema de verdad y ficción. Los libros de caballería tienen realidad dentro de la fantasía de don Quijote, el cual, a su vez, goza de indudable existencia.
En el prólogo y, para que nadie se engañe, avisa que no tiene intención de exponer ni verdad histórica, ni lógica. Don Quijote es un héroe verdadero que pertenece a un tiempo y a una historia; los héroes de las novelas de caballerías eran fingidos, fuera del tiempo (inmersos en elementos maravillosos, si bien, el elemento maravilloso también puede formar parte de la realidad).
Cervantes incorpora al Quijote las diversas modalidades de la narrativa del siglo XVI. En él encontramos, pues, una antología de todos los géneros narrativos que se leían entonces.
Cervantes crea un vasto universo en el que se mueven pícaros, caballeros, moros, bachilleres, burgueses, doncellas, etc. en una síntesis personalísima. Los personajes de las otras novelas responden a un arquetipo y han de responder de una forma determinada, según el propósito para el que han sido creados. Los personajes del Quijote son seres vivos, llenos de humanidad que se presentan ante nosotros con tal fuerza que los sentimos cercanos a nuestra propia realidad: fracaso, fantasía, ilusión, injusticia, burla… todo forma parte de su vida; de nuestra propia vida. Unamuno, incluso llega a negar que don Quijote sea un ente de ficción, “como si fuera hacedero – dice – a humana fantasía parir tan estupenda figura”. Y también la opinión que supone a Cervantes inferior a su personaje.
Se ha hablado de los “olvidos” de Cervantes, que, naturalmente, no lo son. En el capítulo primero “olvida” el lugar de la Mancha (posible apunte literario para crear la atención del lector) y hasta el nombre de su protagonista (¿Quijada? ¿Quesada?…). El labrador que recoge a don Quijote al término de la primera salida lo llama Señor Quijana (que así debía llamarse cuando estaba cuerdo). Al final de la novela, el mismo escritor lo llama Alonso Quijano el Bueno. Estas dudas se deben, a que el autor quiere dar la impresión de falta de documentos fidedignos y con ello persuadir al lector de que no relata una ficción (el creador de una ficción no olvidaría los nombres), sino una historia verdadera.
El arte de Cervantes para conducir al lector por un complejo laberinto, logrando que sus personajes se vayan engrandeciendo humanamente ante nuestros ojos no se debe a una misteriosa inspiración, sino a una actitud de creador vigilante.
Cervantes posee, además, una intuición genial para caracterizar a cada personaje de tal forma que, con breves pinceladas, lo convierte en un ser vivo. Igual potencia creadora se advierte al describir las cosas, los paisajes. La naturaleza no aparece estilizada, sino que posee realidad conocida.
Esto es una preparación para entender mejor a nuestro señor Don Quijote de La Mancha