Don Quijote

Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación.

La mañana era ágil y el caballero y su escudero van camino de Puerto Lápice.

 

Los ojos le brillaban al caballero de la Triste Figura y oteaban el horizonte en busca de aventura. En cambio Sancho va con la vista perdida a lomos de su noble jumento.

 

¡De pronto! un grito rasgó el aire rompiendo el manchego silencio.

 

-¡Alli!, ¡Alli! ¡Ves allí, amigo Sancho, son treinta gigantes lo menos, presto voy a presentarles batalla!

-Qué gigantes…., ¡santo sea el cielo!, mire bien vuestra merced que son molinos de viento con sus aspas en movimiento.

-¡Sancho, tú no entiendes de aventuras! -gritó don Quijote- ponte a rezar que veo que el miedo te atenaza. ¡Apártate! que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.

 

Y sin pensarlo dos veces, picó espuelas a Rocinante lanzándose a luchar contra aquellos viejos molinos sin atender las voces que daba su escudero.

 

El viento giraba las aspas y don Quijote se imaginó que eran los brazos de Briareo. Se encomendó a Dulcinea y con lanza en ristre embestió al molino de viento. a la vez que gritaba:

-Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.

 

 Con tanta fuerza lo hizo, que caballo y caballero, fueron por tierra rodando quedando muy maltrechos.

 

Sancho al ver a su amo por los suelos gritó:

-¡Vease vuestra merced por los suelos! ¡Valgame Dios! Ya le dije que no eran gigantes si no molinos de viento.

-Calla, amigo Sancho, que esto son encantamientos del sabio Frestón que me robó el aposento.

 

-Dios lo haga como puede -respondió Sancho mientras ayudaba a su amo a subir sobre los lomos de Rocinante y seguir camino hacia Puerto Lápice.

 

Don quijote vio como quedo de destrozada su lanza y dijo:

-Yo me recuerdo que el caballero español Diego Pérez de Vargas, era tan fuerte y tan fiero, que en medio de la batalla se le partió el acero de su espada y viéndose sin arma, rompió de una encina una gruesa rama y machacó a tantos moros que luego fe llamaron El Machaca. Pues yo amigo Sancho, pienso hacer lo mesmo.

—A la mano de Dios —dijo Sancho—. Yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída.

—Así es la verdad, y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella.

 

Don Quijote, al pasar cerca de una encina, rompió una rama y la unió al resto de hierro que le quedaba de lanza. Mientras, la noche se les vino encima y fueron a descansar hasta que la amanecida los despertó. Sancho, al levantarse, a la bota le dio un tiento y viendo que estaba flaca se puso triste por dentro.

 

Se pusieron en camino, y a las tres, llegan al Puerto.

 

-Aquí podemos, hermano Sancho Panza meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras. Mas advierte que, aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme.

-No me meteré en pendencias, pero en defender mi cuerpo no hago cuenta de leyes.

 

Estando los dos en esto venían por el camino, en sus mulas,  dos frailes de San Benito. Tras ellos cinco mozos a caballo y un coche que llevaba dentro una señora que a va a Sevilla.

 

Don Quijote al verlos exclamó:

-Esta es la gran aventura. ¿Ves aquellos bultos negros?, son encantadores malvados que han hurtado a una princesa y he deshacer el entuerto.

-Mire señor, que son frailes y en el coche solo van pasajeros; que no le engañe a vuestra merced el diablo.

-¡Lo que digo es verdad! Nada más dijo desto, que desde el medio del camino gritó: -¡Señores, os ruego liberéis a la princesa o moriréis sin remedio.

 

Los curas al ver a tan mal trecho hombre dijeron:

-Señor somos dos religiosos y no sabemos lo que viaja en ese coche.

-¡Canallas, no quiero palabras blandas! -y sin más, dio espuela a Rocinante y arremetió contra el clero.

Si el fraile, no se dejara caer de la mula, allí hubiera quedado muerto. Sancho fue a socorrer al fraile y recoger algunas ropas caídas como si fueran un trofeo. Los mozos a caballo, que estaban cerca y viendo lo sucedido, arremetieron contra Sancho Panza, lo tiraron al suelo y lo molieron a coces y lo dejaron sin pelo en las barbas de la cara.

 

Mientras a la señora del coche don Quijote le estaba diciendo:

-Vuestra fermosura es como mirar el cielo. Puede hacer lo que quiera porque ya están por el suelo derribada por mi brazo, la soberbia de los cuervos. Este que os ha liberado es el caballero andante don Quijote de la Mancha, cautivado aventurero de Dulcinea del Toboso.

 

Uno de los escuderos del coche, vizcaino él, estaba observando a don Quijote y poniendo la mano en la espada díjole:

-¡El Dios que a mi me crióme!, que mal andes caballero, si no dejas de seguir coche aquí como estás te muero.

Don Quijote lo miró y habló:

-Ya te hubiera castigado si fueras caballero!

-¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. ¡Arroja tu maltrecha lanza al suelo!

Don Quijote gritó:

-Lo verda, dijo Agrajes – y desenvainó su espada.

 

El vizcaino con una almohada de escudo se ha puesto y se lanza presto al combate. Fiero él, hiere en el cuello a don Quijote y éste lanza un ataque diciendo:

-¡Oh, señora de mi alma!, socorre a tu caballero que en este trance se haya por tu hermosura y por tu anhelo.

 

El vizcaino viendo el arrojo de su oponente, se cubrió tras la almohada a esperar el choque siniestro. La señora del coche y las demás criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devoción de España.

 

Pero está el daño de todo esto que en el punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose

que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote, de las que deja referidas. Y ya se contarán en otra parte.

 

FIN DESTE CAPÍTULO QUE TANTO PALO SE HA DADO.

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