Cuentan que medía más de 2 metros y pesaba 120 kilos. Además de su estatura, estaba dotado de una extraordinaria fuerza física y una gran agilidad, y era incapaz, literalmente, de abandonar a cualquier compañero por grande que fuese el riesgo
Así se llamaba este caballero que nació en los inicios de 1468 en Trujillo. Hijo de Sancho Ximénez de Paredes, descendiente del antiguo y noble linaje de los Delgadillo de Valladolid, y de su esposa doña Juana de Torres, noble dama trujillana del linaje de los Altamirano. En los primeros años de su infancia «criose al estruendo de las armas que veía ejercitar a su padre»,infundiendo este ejercicio «tanta afición en el noble joven y tantos brios en las fuerzas, que con la edad cada día crecían».
España estaba falta de héroes y este noble caballero hizo historia y leyenda bajo las órdenes del Don Gonzalo Fernández de Córdoba.
Cervantes lo cita en su obra: “ El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” donde pone en boca del cura (capítulo XXXII de la primera parte): —Hermano mío —dijo el cura—, estos dos libros son mentirosos y están llenos de disparates y devaneos, y este d’ ”El Gran Capitán” es historia verdadera y tiene los hechos de Gonzalo Hernández de Córdoba, el cual por sus muchas y grandes hazañas mereció ser llamado de todo el mundo «Gran Capitán», renombre famoso y claro, y d’l solo merecido; y este Diego García de Paredes fue un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo, en Estremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia, y, puesto con un montante en la entrada de una puente, detuvo a todo un innumerable ejército, que no pasase por ella; y hizo otras tales cosas, que si, como él las cuenta y las escribe él asimismo, con la modestia de caballero y de coronista propio, las escribiera otro libre y desapasionado, pusieran en su olvido las de los Hétores, Aquiles y Roldanes.
Se tiene conocimiento que en 1496, el año de la muerte de su padre, marchó a tierras italianas de la vieja Italia buscando fortuna como soldado, pero había terminado la guerra, y junto a su medio hermano Álvaro fue a Roma. Allí, sin contactos sociales a los que quisiese recurrir (el Cardenal de Santa Cruz era su primo), se dedicó a la participación en duelos de armas.
Y cuenta él mismo: Pareciéndome mal esta vida, determine de me dar a conocer al Cardenal de Santa Cruz por salir de tal caso. Y no pasando abril se rebeló Montefrascón y otra tierra que confinaban con tierra del Próspero Colona, para lo cual se hicieron seis banderas, cuatro de infantería y dos de caballo, y allí me dieron la primera compañía que tuve. Fue mi alféres Juan de Urbina, y mi hermano sargento, y Pizarro y Villalba y Zamudio cabos d’escuadra. Fue general desta gente un sobrino del Papa (César Borgia, en realidad, su hijo)
Según relata el historiador Antonio Rodríguez Villa en «Crónicas del Gran Capitán», el Papa accedió a contratar al extremeño tras presenciar por casualidad como Diego García de Paredes se impuso en una disputa callejera contra un grupo de más de veinte italianos. Armado solamente con una barra de hierro, el soldado español destrozó a todos sus rivales, que habían echado mano de las espadas, «matando cinco, hiriendo a diez, y dejando a los demás bien maltratados y fuera de combate». Alejandro VI, asombrado por la fuerza del extremeño, le nombró miembro de su escolta.
Pero El Vaticano pagaba muy poco, así que más tarde él se buscó la vida como soldado al mejor postor y fue a dar con “El Gran Capitán”.
.
Diego García participó en el famoso duelo de “Once contra once” entre franceses y españoles, más conocido como el “Desafío de Barletta”.
Los insultos de la soldadesca francesa a la española eran habituales diciendo: “Si bien la infantería de las tropas españolas se desenvolvía bien sobre el terreno, su caballería, acostumbrada a las morerías de Granada, no tenía parangón con la francesa. Razón suficiente para que empezara la habitual escalada de insultos” Se dice que fue un heraldo francés quien lanzó, en nombre de once caballeros de esta nación, el desafío oficialmente. El Gran Capitán autorizó el encuentro frente a las murallas de Trani, un terreno neutral a medio camino entre el campamento español de Barletta y el francés de Bisceglie.
El duelo debía celebrarse el 20 de septiembre de 1502 a la una de la tarde en Trani, haciendo las veces de árbitros las autoridades venecianas que controlaban este territorio. Los once mejores caballeros franceses contra los once mejores españoles, todos ellos montados en caballo y empleando armas blancas. En el caso español, fue el propio Gonzalo Fernández de Córdoba quien seleccionó a los once entre algunos de sus mejores hombres. Si bien entre los franceses destacaba al gran caballero Bayard o Bayardo conocido por el <<chevalier sans peur et sans reproche» (el caballero sin miedo y sin tacha), en el bando español lo hacía Diego García de Paredes, «El Sansón extremeño».
“El Sansón extremeño” era, de hecho, un consumado especialista en este tipo de lances, en los que la leyenda le achacaba más de trescientos duelos sin ser derrotado: «En desafíos particulares, con los más valientes de todas las naciones extrañas, mató solo por su persona, en diversas veces más de trescientos hombres, sin jamás ser vencido, antes dio honra a toda la nación española», anota el médico del siglo XVI Juan Sorapán de Rieros en una de sus crónicas.
Según el relato que trazan las crónicas, la lucha empezó sobre la una y se alargó hasta el anochecer. Uno de los franceses quedó muerto, otro más se rindió forzado por Diego García de Paredes, y casi todos los demás fueron heridos o desmontados. Las bajas españolas fueron mínimas. Gonzalo de Aller se rindió y varios más resultaron heridos o descabalgados. Lo que no pudieron prever los hispanos es que la resistencia francesa fuera a ir tan lejos. Así, los franceses supervivientes se atrincheraron entre los caballos muertos y formaron una especie de castillo que, tal vez por el olor a muerte, resultaba inaccesible para los caballos españoles. Desde esta peculiar fortaleza los franceses se defendieron de los sucesivos ataques de los confundidos españoles.
Tras cinco horas de lucha, los franceses solicitaron detener la disputa, dando a los españoles por «buenos caballeros». A los españoles les pareció conforme, sobre todo porque la noche estaba cayendo, pero no a Diego García de Paredes, quien solo concebía la victoria absoluta. Sentenció así que «de aquel lugar los había de sacar la muerte de los unos o de los otros».
El caballo de Diego estaba gravemente herido, y éste se encontraba además con las manos desnudas, pues la lanza se le había roto y había perdido la espada en la contienda, por lo que haciendo honor a su apodo y para asombro de todos, jueces, espectadores, soldados venecianos, combatientes españoles y, sobre todo, de los rivales franceses, Diego se dirigió a las enormes piedras que delimitaban el campo de duelo y empezó a lanzarlas a los franceses atrincherados, los cuales no tuvieron más remedio que salir del campo.
Como es natural frente a tal cabritada, los franceses «salieron del campo y los españoles se quedaron en él con la mayor parte de la victoria». Los jueces del tribunal, no en vano, dictaminaron tablas, sentenciando que la victoria era incierta, de tal manera que a los españoles «les fue dado el nombre de valerosos y esforzados, mientras que a los gabachos por hombres de gran constancia»
Esta conclusión no convenció a casi nadie. Al finalizar la contienda un mensajero fue a informar al Gran Capitán del empate: «Señor, los nuestros vinieron a nosotros por buenos», es decir, tanto como los franceses. El general castellano replicó: «Por mejores los había yo enviado».
Participó en la batalla de la conquista de Cefalonia, ocupada por los turcos y donde realizó una de sus grandes hazañas. Fue capturado por el bando contrario que lo subió a lo alto de la muralla enganchado a un garfio, una máquina de guerra que los españoles llamaban “lobos”. Qué sorpresa se llevaron sus contrincantes cuando Diego llegó arriba y con su espada los atacó sin amedrentarse. Llegaron varios grupos de refuerzos, pero el trujillano acaba con todos ellos: “parecía que le aumentaba las fuerzas la dificultad”. Solo cuando no pudo más, extenuado por el cansancio y el hambre, y después de 3 días luchando en el interior de la fortaleza, pudieron atraparle y encarcelarlo. Sí, le perdonaron la vida por haber aguantado de forma tan estoica, mostrando un coraje y un aguante nunca antes vistos, aunque lo más importante es que podrían negociar si se diera el caso de perder Cefalonia. En cuanto Diego se hubo recuperado, esperó paciente a que sus compañeros comenzaran el asalto final y escapó de su celda.
Leyendas populares aseguran que lo hizo a base de fuerza bruta, arrancando las cadenas que lo tenían sujeto y echando abajo la puerta de su prisión, para finalmente acabar con la vida de sus carceleros.
Una vez regresó a Sicilia y ante la inactividad de las tropas españolas, se volvió a unir al ejército del Papa y fue nombrado coronel. Participó en las conquistas de Rímini, Fosara, en los Apeninos y Faenza.
En 1503 luchó en las batallas de Ceriñola y Garellano. Justo ese día, antes de esta última batalla, Diego García de Paredes realizó su hazaña más famosa, la cual se inicia tras una bronca de su jefe “El Gran Capitán” por tener distintas opiniones sobre la estrategia de ataque. Diego se enojó y para calmarse se dirigió sólo con su montante a la entrada del puente del río Garellano para enfrentarse a solas contra todo el ejército francés, el cual ante esta oportunidad se abalanzó sin dudarlo a por Diego. Pero el acceso era angosto y sólo podían llegar a él por el puente, y Diego que en ese momento contaba con la furia de un auténtico toro bravo español e iba matando o hiriendo a cuanto gabacho se le acercaba. En las Crónicas del Gran Capitán se señala: «como Diego García de Paredes estuviese tan encendido en ira…,tenía voluntad de pasar el puente, a pelear de la otra parte con todo el campo francés, no mirando como toda la gente suya se retiraba, quedó él solo en el puente como valeroso capitán peleando con todo el cuerpo de franceses, pugnando con todo su poder de pasar adelante» acudieron algunos refuerzos españoles a sostenerle en aquel empeño irracional y se entabló una sangriento combate. Al fin, dejando grandes bajas ante la aplastante inferioridad numérica y el fuego de la artillería enemiga, los españoles se vieron obligados a retirarse, siendo el último García Paredes, que tuvo que ser «amonestado de sus amigos, que mirase su notorio peligro»; pero ya la sangre francesa contaminaba el río Garellano hasta el punto que lo único que pudieron matar los franceses, fueron los peces del mencionado río.
Finalizada la guerra en Italia hacia 1504, Nápoles pasó a la Corona de España. Entonces, el Gran Capitán comenzó su gobierno del reino napolitano como virrey con muy amplios poderes. En agradecimiento a sus servicios, Fernández de Córdoba nombró a Diego García de Paredes nada menos que marqués de Colonnetta (Italia).
Pero cuando las cosas se pusieron feas y Fernando González de Córdoba cayó en desgracia, la defensa que hizo el antiguo soldado de su amado jefe le costaría la pérdida del marquesado. Pasados los años, el soldado extremeño dedicado al corso o a la piratería en el Mediterráneo, dependiendo de las ofertas que recibiera, haría su agosto contra sus presas favoritas, los barcos berberiscos y franceses.
En 1508 recuperó el favor real y con el inicio de la campaña del Norte de África, Diego García de Paredes pasó de nuevo al servicio del Rey Católico en condición de cruzado. Tras participar en el asedio y toma de Orán en 1509, partió a Italia, donde fue contratado por el emperador Maximiliano I de Alemania, como Maestre de Campo. Sin embargo, esta campaña no resultó exitosa y en 1510 volvió de nuevo a África donde consiguió nuevas victorias tomando Bugía y Trípoli y forzando a Árgel y Túnez al vasallaje a España. Desde aquí en 1511 volvió de nuevo a Italia donde fue nombrado Coronel de la Liga Santa por el Papa Julio II, donde se ganó estos versos del poeta Bartolomé Torres Naharro:
Mas venía
tras aquél, con gran porfía,
los ojos encarnizados,
el león Diego García,
la prima de los soldados;
porque luego
comenzó tan sin sosiego
y a tales golpes mandaba,
que salía el vivo fuego
de las armas que encontraba;
tal salió,
que por doquier que pasó
quitando a muchos la vida,
toda la tierra quedó
de roja sangre teñida.
Siguió participando en diversas batallass, como la expedición que realizó por las costas de África bajo el mando del cardenal Cisneros, después de desilusiones por la ingratitud real y las muertes de sus seres queridos, volvió a Trujillo, donde se casó con María de Sotomayor, fijando su residencia en su casa solariega de la Torre de la Coraja; pero el matrimonio resultó un fracaso.
No tardaría en pasar al servicio personal de Carlos I. En 1516 lo acompañaría por toda Europa. Fue nombrado “Caballero de la Espuela Dorada”, pero no participó en la Guerra de las Comunidades de Castilla. Sí participaría, nuevamente contra los franceses, en la Guerra de Navarra, en la defensa de Viena durante el asedio a que fue sometida por Solimán el Magnífico en 1529. El año 1533, tras la campaña contra los turcos en el Danubio, asistió a la reunión oficial de Carlos I y el Papa Clemente VII en Bolonia, y aquí, de una forma anodina, encontraría la muerte al caer de un caballo un 15 de febrero de 1530 quién hasta entonces parecía inasequible a la misma. Tenía 65 años cuando murió aquel hombre que por armas, jamás fue derrotado.
Fue enterrado en la iglesia de San Gregorio de Bolonia. En 1545, fueron repatriados sus restos y, por orden de su hijo Sancho de Paredes, sus restos fueron llevados y enterrados en la iglesia de Santa María la Mayor de Trujillo; la losa que enfrentó su sepulcro es un cumplido elogio en latín al inmortal Paredes. Su tumba en latín reza lo siguiente: “A Diego García de Paredes, noble español, coronel de los ejércitos del emperador Carlos V, el cual desde su primera edad se ejercitó siempre honesto en la milicia y en los campamentos con gran reputación e integridad; no se reconoció segundo en fortaleza, grandeza de ánimo ni en hechos gloriosos; venció muchas veces a sus enemigos en singular batalla y jamás él lo fue de ninguno, no encontró igual y vivió siempre del mismo tenor como esforzado y excelente capitán. Murió este varón, religiosísimo y cristianísimo, al volver lleno de gloria de la guerra contra los turcos en Bolonia, en las calendas de febrero, a los sesenta y cuatro años de edad. Esteban Gabriel, Cardenal Baronio, puso este laude piadosamente dedicado al meritísimo amigo el año 1533, y sus huesos los extrajo el Padre Ramírez de Mesa, de orden del señor Sancho de Paredes, hijo del dicho Diego García, en día 3 de las calendas de octubre, y los colocó fielmente en este lugar en 1545″.
Unos días más tarde de su muerte, Carlos I de España y V de Alemania sería coronado como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en Bolonia. El emperador, en privilegio concedido en 1530 le dedica unas palabras alabando sus hazañas: «…ilustres hazañas vuestras que con vuestro sumo valor habéis hecho, así en España, como en Italia, mostrándoos tal en todas las batallas y rompimientos que habéis sido espanto y asombro de vuestros enemigos, y amparo y defensa de los nuestros».
Tuvo dos hijos, Sancho y Diego García de Paredes, quien años más tarde participaría en la conquista, fundando la ciudad de Trujillo en Venezuela en 1555. Además, se le considera como el precursor del derecho de asilo político en América. No fue tan longevo como su padre. Moriría asesinado a traición, con sus cuatro acompañantes, el año 1563. Pero todo esto, son otras historias.