Don Quijote

 

 

PARTE I

CAPÍTULO  X

De lo que más le avino a don Quijote con el vizcaíno y del peligro en que se vio con una caterva de yangüeses.

Sancho había sido maltratado por los mozos. Estaba dolorido, rezaba a nuestro Señor por la victoria en la tan singular batalla en la que estaba inmerso su amo don Quijote contra el vizcaino.

 

Cuando vio a don Quijote vencer a su rival,  fue a besar la mano de su señor. Le pedía la ínsula que ya la quería gobernar. Don Quijote mirándolo le dijo:

– Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las a esta semejantes no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza y una oreja descolgá. Tened paciencia, que aventuras se ofrecerán donde os pueda hacer gobernador.

 

Pusiéronse los dos hombres a andar por un estrecho camino, Sancho que iba más despacio, se quedaba atrás y para llamar a su amo tuvo que vocear:

-¡Señor…Señor! no vaya usted tan deprisa, será mejor que busquemos una iglesia y poder descansar, no será mucho que avisen, digo, a la Santa Hermandad, y presos nos lleven y el hopo haya que sudar.

 

-Calla ¿y dónde has visto tú o leído jamás que caballero andante haya sido puesto ante la justicia, por más homicidios que hubiese cometido? ¿Acaso tú has visto otro caballero mas fuerte al perseverar, con más destreza al herir y más maya en derribar?

-Señor… la verdad que no he leído jamás, no se leer, no se escribir, pero tengo que curarle esa oreja que no para de sangrar. Aquí traigo hilas y un poco de ungüento blanco en las alforjas.

 

-¡Sancho! Todo eso está demás si yo me acuerdo de hacer bálsamo de “Fierabrás”, que con una sola gota medicina te ahorrarás.

 

-¿De qué bálsamo me habla usted?

 

-Es algo que está encerrado en mi testa y que trata de una receta sabia, con la cual hasta uno se burla de la muerte. Amigo Sancho Panza, si en batalla sin igual un poderoso enemigo me parte por la mitad. tú, con sutileza, las dos partes juntarás. Me darás dos tragos de esa pócima y sano me he de quedar.

 

-Si eso es así -respondio Sancho-yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios, sino que vuestra merced me dé la receta de ese estremado licor y  lo cobraré a dos reales.

 

-Con tres reales, harás tres azumbres.

 

-Yo ya no puedo esperar ¿A qué guarda su merced?

 

-Eso lo tendrás y otros mayores secretos que te pienso enseñar. Pero por agora, curémonos, que la oreja me duele más de lo que yo quisiera.

 

Don Quijote al ver el estado de su celada, casi se pone a llorar y empezó a declamar:

Yo, el Caballero Andante, como el marqués de Mantua, la muerte juro vengar del sobrino Valdovinos,  que fue de no comer pan y otras cosas que no puedo recordar. Ahora, amigo Sancho, tengo que encontrar otra celada buena que bien pueda yo imitar sobre el Yelmo de Mambrino.

 

-Déjese ya de jurar -le contestó Sancho- que, ir por estos caminos nunca habremos de encontrar a caballeros armados, carreteros nada más.

-Engañaste en eso Sancho, porque en dos horas veremos  más gente armada que los que vinieron sobre Albraca, a la conquista de Angélica la Bella.

 

Sancho algo enfadado le contestó:

-Que así sea el tiempo para ganar la ínsula prometida y que tanto me ha de costar.

 

-Amigo Sancho,  busca refugio o castillo donde pasar la noche y donde podamos hacer el bálsamo que te he dicho, porque yo te voto a Dios que me va doliendo mucho la oreja.

 

—Señor yantar quiero y…aquí trayo una cebolla y un poco de queso, y no sé cuántos mendrugos de pan, pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced.

 

-Sancho, yo te hago saber que no te has de acongojar, que es honra de caballero no comer en mes o más.

 

-Perdóneme vuestra merced, nunca me voy a enterar de las reglas tan importantes que vos respetáis.

 

No digo yo, Sancho —replicó don Quijote—, que sea forzoso a los caballeros andantes no comer otra cosa sino esas cosas que tu me ofreces, sino que su más ordinario sustento debía de ser dellas y de algunas yerbas que hallaban por los campos, que ellos conocían y yo también conozco.

 

—Virtud es —respondió Sancho— conocer esas yerbas, que, según yo me voy imaginando, algún día será menester usar de ese conocimiento.

 

Los dos hombres comieron lo que tenían y siguieron su camino deseosos de encontrar algún castillo cercano Al no poder llegar, las chozas de unos cabreros fueron lo más ideal.

 

 

 

 

FIN DESTE CAPÍTULO que termina con estos graciosos razonamientos entre y don quijote y Sancho

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *