Hoy en día, y en muchas partes de nuestro mundo, existen la obsesión por el aseo personal. Hay infinidad de productos a la disposición del hombre o de la mujer y cada uno prometiendo eliminar los gérmenes que otros dejan vivir. Jabones para las manos, gel para el cuerpo, champús para todo tipo de cuerpo cabelludo, detergente para desinfectar muebles y ropa, lavavajillas… algo realmente increíble en la Edad Media donde la higiene… era muy, pero muy rara ya que teniendo en cuenta que los galenos del siglo XVI creían que el agua, sobre todo caliente, debilitaba los órganos y dejaba el cuerpo expuesto a los aires malsanos, y que si penetraba a través de los poros podía transmitir todo tipo de males. Pero empezó a difundirse la idea de que una capa de suciedad protegía contra las enfermedades y que, por lo tanto, el aseo personal debía realizarse “en seco”. En cambio, otros galenos recomendaban asearse sólo con una toalla limpia para frotar las partes visibles del organismo y en raras ocasiones se limpiase el cuerpo por partes con aguamaniles, jofainas, tinas, bacines o palanganas.
Aunque en la antigüedad conservaran los antiguos saberes botánicos y de limpieza personal, Las personas podían pasarse mucho tiempo sin cambiarse de ropa ni usar el agua para el aseo personal. El agua caliente, por su coste y solo con prescripción médica, estaba dispuesta para las personas ricas, los pobres solo podían ir al río y lavarse con agua fría. Los olores, eso es otra cosa. Los olores corporales se camuflaban con esencias la gente rica y con flores la gente pobre. Todavía quedaban en el siglo XIV algunos baños públicos (Herencia de los árabes), pero los costes del agua caliente eran muy altos, a menudo familias enteras compartían la misma agua.
Existían recetarios medievales para la limpieza del cuerpo, para mantener la piel sana, para quitar manchas de la ropa, para la elaboración de cosméticos, para la fabricación de perfumes.
La ropa era lavada con lejía hecha con cenizas y orina. Y los tintoreros usaban el amoniaco de la orina para preparar las telas antes de teñirlas de color.
Muy a pesar de que la ropa y sus tendencias se modificaban de una década a la siguiente, muchas personas apenas se cambiaban de vestidos y era muy común que estuviera plagada de piojos y liendres. Los nobles también tenían liendres, piojos y a veces se rapaban la cabeza para eliminar a estos bichos, solo que estos también habitaban las pelucas que se ponían.
Pero “la moda” existía en aquellos viejos tiempos medievales. Hay manuscritos que ilustran el paso de la ropa holgada a las prendas ajustadas para mujeres y hombres. Cinturas de avispa, tocados exagerados con dos cuernos y velo, mangas bulbosas, sombreros de ala baja, la visión de la moda en los misales como metáfora del mundo material y del derroche.
Todo oficio tiene su lenguaje. Cuando los especialistas en letrinas hablan de letrinas por gravedad vienen más o menos a decir que, si tiras una piedra hacia arriba y no te apartas, lo más probable es que acabe por caerte encima. Si en la Edad Media te colocabas a la sombra de la muralla de una ciudad que no estuviera sometida a cerco, serias recibido por una suerte de confetis nada festivos: orinas, heces, aguas sucias. Y eso si eras capaz de soportar la fetidez de las piedras porque, eso de la gravedad, es un eufemismo con el que se hace referencia a las letrinas voladas; las situadas en el adarve , la parte superior de la muralla protegida por las almenas. En estas aliviaban sus necesidades el cuerpo de guardia, buena parte del servicio, las prostitutas que lo frecuentaban y si llegaban cualquiera de los habitantes del castillo.
Pero las letrinas (llamados garderobes o guardarropa en la época medieval), ahí los pobres tenían un mundo más amplio que los ricos o dueños de castillos, el pobre defecaba en cualquier parte del campo y en los pueblos, si vivían en ellos, lo hacían en pequeños orinales que después tiraban a la calle con el famoso grito de “¡Agua va!. Que por cierto, debido a esa expulsión de aguas fecales, nacieron los sombreros de ala ancha para protegerse de tales sorpresas aéreas vecinales que las calles, que pensamos que eran de piedra o de tierra, estaban inundadas de excrementos tanto de humanos como de animales existentes: ovejas, cabras, cerdos y, sobre todo, caballos y vacas o bueyes que tiraban de los carros. En algunas ciudades corrían entre esas calles riachuelos de aguas servidas que mitigaban algo la suciedad. En las calles era normal que la gente dejara su “huella” en cualquier lugar y si las ciudades estaban sucias, las personas no estaban mucho mejor. En verano, los residuos se secaban y mezclaban con la arena del pavimento; en invierno, las lluvias levantaban los empedrados, diluían los desperdicios convirtiendo las calles en lodazales y arrastraban los residuos blandos que desembocaban en los arroyos y posteriormente en los ríos, destino final de todos los desechos humanos y animales. En cambio el rico, lo hacía con pequeñas letrinas apostadas en las paredes de los castillos, el retrete tenía un agujero que daba directamente al vacío, al foso o a un acantilado, aún así, los excrementos que caían, quedaban embarrados en la pared del castillo sirviendo como arma secreta el repugnante puré de restos defecados. Osea que las letrinas, también sirvieron como modo de defensa.
Al hacer pozos negros alrededor del castillo o dejarlos caer libremente, servían como barrera para mantener al enemigo bajo control. Pero… Ricardo I de Inglaterra estaba acorralado en su castillo de Gaillard en el 1204 por Felipe II de Francia en un asedio que se prolongó tanto en el tiempo que a punto estuvo de desistir. El casual hallazgo de los evacuatorios de las letrinas del castillo permitió que varias decenas de hombres se infiltraran en el mismo a través de los conductos, lo que permitió la conquista de la fortaleza.
En algunas ciudades se construyeron retretes públicos en la ribera de los ríos y sobre los puentes con el consabido peligro que conllevaba.
Cuando se tenía que sacar el excremento, llamaban a lo que la Inglaterra de los Tudor llamaban “Granjero de Gong”. Estas personas, algo desafortunadas, tenían que trabajar siempre bajo el manto de la noche para ocultar su espantoso trabajo. Los excrementos extraídos eran llevadas en carros a los agricultores para que las usasen como abono y los orines se usaban para lavar las pieles y blanquear telas.
Lo malo de estos retretes medievales era el hecho de que no había forma práctica de camuflar el hedor, por eso se hacían sin puertas y con algunos agujeros en las paredes. Otros, los “más pluses” tenían flores esparcidas por los suelos.
Y en cuanto al papel higiénico… generalmente no era otra cosa que un montón de heno.
Cabe destacar que en aquellos tiempos era más saludable beber vino o cerveza que ingerir agua. La contaminación o envenenamiento de los manantiales durante la Edad Media, fueron las causas por las que La Iglesia Católica permitió, en aquellos siglos, el consumo de bebidas alcohólicas a los monjes de la Orden del Cister y otros del resto de Europa.
Habían ciudades medievales que tenían alcantarillados para recibir agua fresca, éstas, estaban más libres de las enfermedades que otras que usaban meramente pozos. Como ejemplo está el Londres medieval: los ciudadanos preferían el agua de pozos ya que esta, además de ser más fría, era centelleante y espumosa, desconociendo que estas cualidades se debían al exceso de amonio, el cual era desprendido durante el proceso de putrefacción de las materias orgánicas. En la parte opuesta, tenemos a Sevilla, la función del abastecimiento era a través de aguadores que cargaban río arriba, donde el caudal aún no se hallaba enturbiado por las aguas de las cloacas y desagües ciudadanos.
Los Reyes Católicos, a su paso por Córdoba, decretaron e impusieron a los vecinos de la ciudad un repartimiento para limpiar un muladar que cubría un pilar de agua fin de poder servirse de ella. Esto da testimonio de la escasa preocupación ciudadana por la limpieza del agua y por su salud.
Las calles de las ciudades tendían a ser recubiertas de heces y orina gracias a la gente que arrojaba el contenido de sus urinarios por las ventanas, provocando que hubieran corrientes fétidas de agua turbia.
NOTAS:
No fue hasta 1596 cuando un hijo de la Pérfida Albión John Harrington, y encima ahijado de la reina de Inglaterra, creó el primer inodoro con su cisterna de agua de más de 20 litros que barría con los desechos y se llevaba los olores. Sin embargo, la reina Isabel I le dijo: “pues no, mi vida” y no obtuvo la patente.
En la alta edad media (creado en la corte del rey Enrique VIII de Inglaterra) existía el cargo de “ El novio del taburete”. Se trata de una persona encargada de limpiar el retrete del rey y en algún caso hasta el orificio de la parte menos honesta de la espalda real. Quizás sorprendentemente, eran los hijos de los nobles o los miembros de la alta burguesía los que generalmente recibían el trabajo. Con el tiempo, llegaron a actuar más como secretarios personales del rey y fueron recompensados con salarios altos y grandes beneficios, como el derecho a alojamiento en todos los palacios, la ropa vieja del soberano y la opción de tener muebles de dormitorio usados.
Bibliografías:
Lacasamundo.com
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GUERRAND, R.H. (1991) “Las letrinas. Historia de la higiene hurbana”. Valencia
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IEVA REKLAYTITE. Saldivie nº 4 (2004) Pp229-245. “Las condiciones higienico-sanitarias en las ciudades europeas: Introducción al análisis”.