En muchas ocasiones pensamos lo lejos que está nuestro Señor. Lo buscamos a través de caminos y veredas; por ciudades y países y nunca lo encontramos.
Preguntamos a muchas gentes y ninguna nos dio razón de Él. Nadie nos mostró razón alguna y por momentos, entramos en la desconfianza.
Y una mañana, cuando el sol despuntaba entre los montes, mares o valles de nuestra tierra, oímos como susurraba el viento y nos decía: “Él está aquí”.
En ese instante comprendimos que Él estaba allí, con nosotros, en la cima perdida, en el zumo de unas frutas, y que estaba lejos de nosotros pero dentro de nuestro ser.
Los remansos de los peregrinos