Miguel de Cervantes Cortinas

Don Lope dejó unos versos escritos que la “Leyenda Negra” (por mucho que se empeñen los Hijos de la Pérfida Albión) jamás los podrá ocultar: “El fiero turco en Lepanto, en la Tercera el francés, y en todo mar el inglés, tuvieron de verme espanto. Rey servido y patria honrada dirán mejor quién he sido por la cruz de mi apellido y con la cruz de mi espada”(*).
(*)Versos dedicados al Marqués de Santa Cruz.
No es baladí recordar aquella proeza del golfo de Lepanto. Cuando Europa cansada y escéptica se lanzaba a la herejía, España la combatió no solo con la espada, sino con la más pura ciencia teológica del Concilio de Trento. Proa y vigía del mundo, advirtió el gran peligro que les acechaba. Una cultura y una civilización que siguen siendo la base desde la que se ha formado la civilización occidental y que es cuna de la libertad y el entendimiento. Hubo que derramar sangre para ello, de soldados valerosos y entregados a la causa, entre ellos Cervantes. Parece que esa faceta del soldado quiere ocultarse, pero nosotros vamos a recordarla.
Don Miguel de Cervantes y Cortinas (todavía no había adoptado el apellido Saavedra), se alistó en los Tercios en pleno 1570. Época aquella donde se consideraba un deber y un gran honor servir como soldado para el rey de la Españas, a pesar de la vida tan ingrata que llevaban aquellos hombres que formaban los ejércitos que imperaron por el mundo y la historia durante 300 años. Cervantes ya lo dejó escrito en su Quijote cap. XXVIII de la primera parte: «Sin las letras no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes».
Los Tercios de Moncada vieron cómo Cervantes se las ingeniaba en combate en el socorro de Chipre, y en la galera Marquesa, ya en la batalla de Lepanto (1571) donde el Tercio de la Armada del Mar Océano participó en la famosa y «más grande ocasión que vieron los siglos». Cervantes y los hombres de su quinta estuvieron batiéndose en la última batalla naval del mundo antiguo, la vela y el cañón opacaron al remo y el abordaje. Cervantes, bajo cubierta y aún enfermo con altas fiebres, protestó porque no le dejaban entrar en combate, la misma fiebre le hacía más temerario:
Mas vale pelear en servicio de Dios e de Su Magestad e morir por ellos, que no baxarme so cubierta.
No solo quería entrar en combate si no que le diesen un puesto de riesgo:
….que allí estaría e moriría peleando…
y ante su insistencia le dejaron (con el grado de cabo a pesar de su bisoñez) a su cargo 12 hombres para defender el cómitre y el esquife que llevaba la Marquesa en su centro. Herido de tres disparos de arcabuz. Cervantes lo cuenta por él mismo en su Epístola a Mateo Vázquez:
… y, en el dichoso día que siniestro
tanto fue el hado a la enemiga armada
cuanto a la nuestra favorable y diestro,
de temor y de esfuerzo acompañada,
presente estuvo mi persona al hecho,
más de esperanza que de hierro armada.
Vi el formado escuadrón roto y deshecho,
y de bárbara gente y de cristiana
rojo en mil partes de Neptuno el lecho […].
Con alta voz de vencedora muestra,
rompiendo el aire claro, el sol mostraba
ser vencedora la cristiana diestra.
A esta dulce razón, yo triste estaba
con la una mano de la espada asida,
y sangre de la otra derramaba.
El pecho mío de profunda herida
sentía llagado, y la siniestra mano
estaba por mil partes ya rompida.
Pero el contento fue tan soberano
que a mi alma llegó, viendo vencido
el crudo pueblo infiel por el cristiano,
que no echaba de ver si estaba herido,
aunque era tan mortal mi sentimiento,
que a veces me quitó todo el sentido
Aún así terminó el combate «con la espada en la mano». La empuñó cerrando los dedos sobre el recazo, dando fe de su pasión por la práctica del «juego de la esgrima», que le llevaría años más tarde a alabar al famoso maestro Carranza en varias de sus obras, como Rinconete y Cortadillo o el propio Quijote.
Y Cervantes cumplió como de él se esperaba y narró lo que en aquella batalla el infante daba:
Y lo que es más de admirar -prosigue el relato de Cervantes- que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta el fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si éste también ca en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra […].
La mano izquierda le quedó “en garra” de tal modo que no podía siquiera sujetar un libro con ella. Sus amigos o enemigos, que los tenía, le apodaron “El Manco de Lepanto”.
Esta es la realidad con la que nos topamos: Miguel de Cervantes como antes Garcilaso de la Vega al igual que tantos hombres de su tiempo, rústicos, labriegos o nobles, sabían que formaban parte de un gran imperio más grande que lo que fue Roma, y eso tenía un precio, un comportamiento y unas exigencias.
Fue ingresado en el gran hospital de Messina, Spedale Generale, a las afueras de la ciudad. Cervantes curó sus heridas durante el otoño de 1571 y del invierno de 1572 ayudado por la bondad del clima siciliano. Allí cumplió sus veinticinco años Y Cervantes tuvo la suerte que le atendió personalmente el doctor Gregorio López de Madera, un galeno ávido de intelecto y médico personal de Don Juan de Austria.
Cervantes, con sus propias palabras, nos hace su propio relato de sus heridas:
…herida que, aunque parece fea, él la tienen por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros…
También evoco al “Manco de Lepanto” contra Avellaneda, en el prólogo al Quijote de 1615:
Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron; que el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga; y es esto en mí de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella.
Muy orgulloso estaba don Miguel de haber participado en tan gran ventura y haber recibido tan nobles heridas.
Dejó Messina y con vente ducados de paga, se reincorporó a los Tercios de don Lope de Figueroa, el célebre soldado que años después inmortalizaría Calderón en su famosa obra “El alcalde de Zalamea”.
De este modo, con la Armada de la Liga dirigida por Marco Antonio Colonna y dentro de los efectivos enviados por don Juan de Austria, intervino Cervantes en la campaña contra el Turco de 1572. El Turco Euldj Ali, rehúye constantemente el combate, aún así ambas flotas se encuentran en Mondón, a la entrada de la bahía de Navalinos (Pilos). Ante las defensas costeras turcas, viendo que Euldj Alí se refugia en ellas y el tiempo comenzaba a torcerse, don Juan, ordenó la retirada un 7 de octubre y… van a su descanso en Italia donde sus hermosas mujeres le están aguardando. Primero atracó en Messina, para después ir a Nápoles.
La administración de la Monarquía, paga mal y esta es una experiencia negativa de los Tercios Viejos y que el mismo Cervantes denuncia en un memorable discurso sobre las armas y las letras, que hace pronunciar a Don Quijote, donde hace la comparación de la pobreza del soldado con la del estudiante (Parte primera cap. XXXIII):
Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes-son las palabras de Don Quijote en su discurso venteril- veamos si es más rico el soldado. Y veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza… porque está atendido a la mísera de su paga que viene o tarde o nunca.
De Nápoles parten el 1 de agosto de 1573 para refugiarse en Messina donde esperan a poner rumbo a Palermo, después a Trapani y refugiarse en Mazzara a la espera de partir hacia Túnez, la ciudad de Muley Hamida que acaba de destronar a su hermano mayor Muley Hamet.
A final de septiembre de 1573, la flota Turca se retira a Levante, el otoño está ahí y el 7 de octubre, la flota mandada por don Juan de Austria, parte hacia su objetivo: Túnez.
Veinte mil soldados, de ellos nueve mil de los Tercios españoles y entre ellos, Cervantes, acuden en un impresionante desembarco, a batir las murallas de la fuerte ciudad.
El pavor que desató en los defensores de la ciudad, fue tal que huyeron abandonando la misma a su suerte y a ella entraron los españoles.
Pero Cervantes volvió a embarcar después de una semana, a las órdenes de don Juan y con rumbo Palermo y de allí a Nápoles a invernar: porque la gentileza de la tierra y de las damas en su conversación agradaban a su gallarda edad.
No solo era don Juan el gallardo joven, con veintiséis años, Cervantes, flamante guerrero vencedor de aquella guerra sin guerra en las arenas tunecinas, también era un joven y con ganas de mozuelas. Las calles napolitanas fueron testigos de los amoríos cervantinos y tuvo un hijo napolitano llamado Promontorio, fruto del romance que mantiene el escritor con “una señora de Nápoles” a la que poéticamente la llama “Silena”.
Pero el Tercio de Lope de Figueroa, donde estaba Cervantes, no descansa en Nápoles, sino que parte rumbo a soledad de Cerdeña. No fue mucho tiempo, pero el suficiente como para inspirar una de sus obras más queridas. La Galatea.
Y ya pronto, en 1574, Cervantes está en Génova. Allí prueba los vinos como el suave treviano o el fuerte asperino, que le hace recordar los meseteños españoles, tanto los de Coca y Alejos como los de Esquivias.
Y durante aquellos entretenmientos se perdió Túnez y La Goleta que volvieron a manos turcas y de ahí el dicho que corrió por el pueblo:
Don Juan con la raqueta
y Granvela con la bragueta
perdieron La Goleta.
Cervantes, tras el intento fallido de recuperar Túnez y la Goleta, volvió junto a sus compañeros a Palermo y después a Nápoles. De allí y ya con veintiocho años y junto a su hermano Rodrigo, subieron a bordo de la galera Sol en septiembre de 1575.
El hombre que luchó junto a don Juan de Austria, que vio morir a sus amigos y compañeros, en Lepanto, Navarino, Túnez y La Goleta, dejaba Italia. A España regresaba un hombre con honor que había derrochado un gran valor en todos sus actuaciones bélicas con notorio riesgo de su vida y con daño de su cuerpo, como lo prueba su brazo siniestro destrozado.
Cervantes fue «soldado, criado de un cardenal, prisionero, espía, recaudador de impuestos, comisario de abastos… fue apresado y excomulgado, dos veces en cada caso, se batió en varios duelos…». Su vida, pues, no desentona con lo que iba contando en sus libros. Es más: él mismo podría haber sido el personaje de alguno de ellos.
Los grandes del “Siglo de Oro Español” fueron todos soldados: Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca, Francisco de Aldana. La nobleza era ser soldado por la fe católica y la lealtad al rey. No fue soldado el Shakespeare, ni Corneille o Goethe como muy bien nos recuerdan Fernando Martínez Laínez y José María Sánchez de Toca en su magnífico libro Tercios de España. La Infantería legendaria.
Cervantes lo dejó escrito y fue, como la mayoría de los combatientes, un humilde soldado de los que a menudo combaten con y por la vida, aunque encuentren la muerte por el camino.
Cervantes, marino, soldado de los Tercios, sigue entre nosotros, solo hay que abrir los ojos y mirar para el lugar adecuado.
NOTA: Desde 1570 hasta el 1575 este magno hombre fue soldado, durante este periodo de tiempo, Cervantes sirvió sucesivamente en los Tercios de Nápoles (actual Regimiento de Infantería “Nápoles” nº 4), de Miguel de Moncada, de Lope de Figueroa (actual Regimiento de Infantería “Córdoba” nº 10), y de Sicilia (actual Regimiento de Infantería “Tercio viejo de Sicilia” nº 67).
[…] Lléguese un día de batalla, que allí le pondrán la borla en la cabeza, hecha de hilas, para curarle algún balazo, que quizá le habrá pasado las sienes, o le dejará estropeado de brazo o pierna. Y, cuando esto no suceda, sino que el cielo piadoso le guarde y conserve sano y vivo, podrá ser que se quede en la mesma pobreza que antes estaba, y que sea menester que suceda uno y otro rencuentro, una y otra batalla, y que de todas salga vencedor, para medrar en algo; pero estos milagros vense raras veces. Pero, decidme, señores, si habéis mirado en ello: ¿cuán menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en ella? Sin duda, habéis de responder que no tienen comparación, ni se pueden reducir a cuenta los muertos, y que se podrán contar los premiados vivos con tres letras de guarismo. […],
Referencias
1-Miguel Fernández Álvarez. Cervantes visto por un historiador. Edit. Espasa Calpe. ISBN 84-670-1864-X
2- https://generaldavila.com/un-soldado-llamado-miguel-de-cervantes/
3-https://www.diariodealmeria.es/opinion/articulos/soldado-Miguel-Cervantes_0_995600750.html
4- Poesías completas, ed. de Vicente Gaos, Madrid, Castalia, 1980-1981, vol. II, pp. 341-342, vv. 109-144.
5- Sadok Boubaker , ” L’empereur Charles Quint et le roi Mawlay al-Hasan (1520-1535) “, en: Sadok Boubaker y Clara Ilham Álvarez Dopico ( eds .), Empreintes espagnoles dans l’histoire tunisienne , Gijón, Trea, 2011 , págs. 13-82
Lepanto fue la tumba de otomanos pese a los intentos posteriores e conquista de La Goleta y Túnez.