"La innumerables máscaras del carnaval, las dos —de risa y llanto— que anuncian el teatro, la máscara de la feria y la del asesino, la que utiliza el niño en fiestas escolares, la mascarilla de cera de los muertos y la que cubre el rostro del sectario... Todas son lo mismo: el fingimiento que oculta la auténtica máscara, nuestro propio rostro, que responde aún menos a la verdad." (Ed Robinson)

PREÁMBULO

 

El juego de la máscara es amargo.

Aunque sonría tiene un canto triste,

y es extraño su grito

y el aroma que expele colgada por las noches

en el perchero de la casa a oscuras.

Nadie sabe qué piedra, qué abandono

dibujarán sus ojos tristemente

huecos, ciegos, ausentes, incapaces,

culpables siempre de tejer la nada.

 

Rostro sin lágrimas ni sueño, rostro

que esconde el gesto dentro de su gesto,

engaña, burla, disimula, finge, 

ama la oscuridad

y la distancia.

Perfil inusitado y silencioso,

soledad que se mece en el recuerdo

de lo que nunca fuimos.

(Cada cual es la máscara que lleva,

y nunca el rostro que se esconde siempre.)

 

Todos esclavos de tu risa, máscara,

te servimos también cuando eres llanto,

hermana de los dioses,

hija del pensamiento y la mentira

madre de olvido, vana compañera.

 

Invocación:

Quiero la fruta verde de tu boca, ciego milagro que atenaza el beso.

LUNES

 

La máscara es de cobre,

pero también de barro

que se amasó en un sábado de lágrimas

y polvo del desierto.

La máscara es de cuero, repujado con fuerza,

oloroso,

fino como una oblea y resistente.

También es de madera satinada,

cedro de la esperanza,

olivo del dolor, álamo vivo.

La máscara es de seda tafetán,

fina como el recuerdo,

tupida y resistente como el dolor de la memoria.

La máscara es de carne, casi siempre de carne

que se esfuerza en vivir sin conseguirlo.

MARTES

 

La máscara de cobre, seda y cuero,

tiene un sabor de cuello lejanísimo,

atesora riquezas

en un viejo desván donde la luna duerme.

Guarda la mano de un filósofo

que se olvidó de retirar

el índice al morir

y está con ese dedo

como punta de lanza desde entonces.

Conserva junto al mástil para anillos

una cíclica falda de derviche

que algunas noches gira, convocando

los cuerpos que pudieran sostenerla.

Guardó las cartas del Tarot de un adivino,

miembro de un gremio de canteros,

firmante en cada piedra

de todas las iglesias orientadas al este.

 

La máscara de cobre, seda, cuero,

procura protegerse de los inoportunos,

pintó de verde sus ojeras,

se confunde entre páginas antiguas,

y permite que el polvo

recorra con sus dedos

los perfiles del rostro y la sonrisa

que circunda su boca.

MIÉRCOLES

 

Los ojos de la máscara son turbios.

Lloraron sin descanso, pero ahora están secos,

rieron sin cesar, pero no están alegres.

Lleva la máscara una luna

detrás de la mejilla y es experta

en el juego

de las medias verdades y las luces a medias.

JUEVES

 

La máscara se busca en el espejo,

hace guiños,

sonríe,

presume de su lengua inapreciable,

considera la forma de pintar su sonrisa.

Sabe que no está mal hablar de lo que ocurre

para luego callar, morir incluso.

Dama de escena al fin,

decide que es más fácil contárselo al espejo,

dejar en el azogue

los sueños dibujados

como una mancha de humedad

sacrílega y blasfema.

 

VIERNES

 

Cuando la máscara nos mira

sus ojos son más dulces que la fruta madura.

Da cierta lástima,

está triste,

conoce más historias

de las que puede soportar

el hueco de su rostro.

Milenios de cordura transitaron su piel,

rizan los flecos de su barba,

anudan las cerezas de la melancolía

en la dorada línea de su frente.

Resulta tan difícil de entender

por nosotros, mortales,

su pura inteligencia,

que acaba siempre en el sótano más hondo

para que no entretenga la vida cotidiana.

Al final,

cuando gira la máscara su rostro,

el perfil es un lívido abanico

que hace la soledad más soportable

 

SÁBADO

 

Máscara de la luz, dulce madre de otoño,

velada confesión de lo inefable,

yo invoco tu presencia,

tu juventud herida por los siglos,

el aire de tus manos cuando cuentan estrellas,

tu vientre como gruta del invierno

fertilizando el monte,

asombrándolo.

A ti,

porque no tienes hijos,

ni manos, ni vientre, ni tiempo.

D O M I N G O

 

Al llegar a la séptima jornada,

el carnaval acaba. Siempre acaba.

La máscara descansa detrás del escenario.

Suena la música de fondo. Oscuro.

 

El postre final:

CARNESTOLENDAS

 

Un carnaval de máscara y gigote,

zancos y plumas, bromas y caretas.

El travestí con gasa y muchas tetas,

la adolescente hecha un monigote,

 

El padre de familia hasta en cogote

de rímel, colorete y otras tretas,

baila, se mofa y hace cuchufletas

sin saberse si es dama o es quijote.

 

Todos lucen jolgorio y alboroto:

pasen a pie, saltando o en carroza

la calle es un alegre terremoto.

 

Abre la madrugada y la luz roza

al rico, al pobre, al sabio, al fraile, al lego,

y todo es ya quietud, paz y sosiego.

Un comentario

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