Mi curra es (como dijo una vez mi hija con cuatro años): “una perra palleira”. Es un perro que sigue estando ahí… por descubrir.

La encontré hace años al regresar de uno de mis viajes conquenses. Estaba fría, encogida bajo un container de basura de los que hay en mi pueblo, en mi Petrer. Sin saber cómo, descubrí que aquello me pertenecía; que iba a ser mio y yo suyo.

Le conseguí una madrina: Almudena Mestre,  un primo: Antonio Navarro, hasta una tía: Laura Guarinos y un abuelo: Pepe. La Curra a todos los conoce por su nombre, a todos los quiere. Tiene también una “hermana pequeña” (se llevan un año) llamada Wanda, gemelas, cuesta saber quien es quien, sobre todo si las miras a la cara.

Es solo una perra, pero es mi amiga, un amanecer que juega como si fuese el primer día y me hace sentir algo, me hace superar la enemistad del tiempo perdido descubriendo rincones que desconocía entre calles, plazas, parques, pinos y ramblas.

“Los perros son nuestra unión al paraíso. No conocen el mal ni los celos ni el descontento. Sentarse con un perro en la ladera de una montaña en una tarde gloriosa es volver al Edén, donde no hacer nada, no era aburrido: era paz.” Milan Kundera

La Curra  ha conseguido que saque  a relucir, mi paciencia, la compasión, desviar los pensamientos repletos de preocupaciones lejos de mi persona, consiguiendo que sea hasta mejor persona.

Cuando me tira de las sábanas, no tocando las nueve de la mañana;  va gruñendo suavemente, fijando sus orejas y su atenta mirada en todo mi desperatar;  espera sentada sobre su posadera, muy  paciente a que me levante, me lave la cara, ría al dentífrico, desayune algo y tome mi rosario de pastillas. Espera a que le ponga el collar y abra la puerta de la calle. Sale y aulla al viento, goza del sol. Yo cuestiono al mundo y ella lo disfruta pero sin embargo, consigue que tenga las mismas rutas que ella. Es un manojo de vida de pelo corto que me busca y la busco, que me reclama y que le reclamo sus mimos mientras voy inventando su destino.

 Mi Curra me hace ver que es mi perra, que es una promesa que siempre estará ahí tocándome con sus suaves patas, un amanecer que vigila mi vigilia y yo solo un humano que la quiere entender.

La Madre Teresa de Calcuta decía:  Porque lo dan todo sin pedir nada. Porque ante el poder del hombre que cuenta con armas son indefensos. Porque son eternos niños. Porque no saben de odios ni de guerras. Porque no conocen el dinero y solo se conforman con un miserable techo donde refugiarse del frio.  Porque saben amar con lealtad y fidelidad. Porque dan la vida sin molestar. Porque no compran el amor, simplemente lo esperan y porque son nuestros compañeros,  eternos amigos que nunca traicionan. Porque están vivos. Por esto y mil cosas más, merecen nuestro amor. Si aprendemos a amarlos como lo merecen estaremos más cerca de Dios.

Mi Curra tiene un gran olfato y siempre está corriendo tras su “nene” (un calcetín con una pelota dentro), se conforma con muy poco. Ella tiene una gran vista y ve en mi lo que nadie más ve. Conoce mis pausas y siempre me acompaña con sus silenciosos pasos allí donde voy. Ella hace caminos en mi interior, hace crecer el amor en cada momento de mi destartalado corazón.

Mi Curra es una encarnación de muchas esperanzas;  nunca me dice que me quiere pero me lo demuestra constantemente.

“Este puede ser el objetivo principal de los perros: restaurar nuestro sentido de asombro y ayudarnos a mantenerlo, hacernos considerar que debemos confiar en nuestra intuición mientras ellos confían en las suyas y ayudarnos a darnos cuenta de que una cosa conocida intuitivamente puede ser tan real como cualquier cosa conocida por experiencia material.”

PD. Las fotos las hice con el consentimiento de mi Curra

Un comentario

  1. ¡¡Qué decir de lo leído!! ¡Qué pensar de lo que dices y quieres decir! Te envidio Luis, que gran sensación de bienestar provocas. Curra, a la que tengo el placer de conocer, también te admira, aunque a veces te contempla como diciendo: ¡Lo que tiene una que aguantar! Un abrazo.

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