En la Antigüedad muchas eran las creencias que los hombres depositaban en plantas divinas y árboles sagrados; así, no es de extrañar que los egipcios llamaran su­dor de los dioses a las bolitas de incienso o de que se recomendara recolectar los lirios a la hora de Venus con el fin de potenciar la virtud, de tal forma que, si durante el sueño de un niño o una niña virgen, se colocaba bajo su almohada un ramillete de estas flores, sus sueños serían proféticos y absolutamente ciertos. En este orden de cosas cabe indi­car que el mes de mayo debe su nombre al antiguo culto tributado a Maya, personifica­ción de la potencia generatriz en su forma femenina. Asimismo, podemos citar al acanto, símbolo de la inmortalidad en la Antigüedad clásica y a la hiedra que, en el antiguo Egipto, suponía el mismo símbolo hasta el punto de que su nombre egipcio significaba planta o árbol de Osiris, mientras que en Grecia se la vinculó a Dionisos, curador de cuerpos y almas por la purificación, por lo que dicha planta simbolizaba para los antiguos griegos, la inmortalidad y la eternidad. La acacia, árbol sagrado de los egipcios; el acónito que, según la mitología griega, nació de la espuma del Can Cerbero, el perro tricéfalo guardián del infierno; la coca, de hoja sagrada como, asimismo, la del tabaco, son ejemplo de las connotaciones del mundo vegetal y su simbología.

Connotaciones que asimiló el cristianismo, sumándolas a su acervo y haciendo de ellas un medio de catequesis (sobre todo en la Edad Media) y un vehículo de devoción.

El breve santoral botánico que abordamos en este trabajo, podemos dividirlo en tres apartados:

I.- Las plantas y Dios.

II.- Las plantas y la Virgen María.

III.- Las plantas y los Santos.

La Plantas y Dios

Cabe destacar en este apartado a la celidonia, Chelidonium majus, nombre que, según Dioscórides, significa golondrina, porque nacía cuando llegaban éstas y se marchitaba cuando partían. Debido a su gran popularidad y efectos milagrosos, los alquimistas la llamaban Don de Dios ya que de sus raíces, hojas y flores extraían la quintaesencia de virtudes extraordinarias. Un lento proceso destilatorio proporcionaba los cuatro elementos de la celidonia: el agua, que servía para todas las enfermedades del cuerpo, especialmente las provocadas por trastornos melancólicos, siempre que se consumiese en ayunas; el aire, que mantenía la fortaleza y vigor de la edad en que comenzase a consumirse; el fuego, por su parte, hacía del viejo, mozo y del muerto, vivo y, en fin, la tierra, imprescindible para lograr la transmutación alquímica.

Por último, destaquemos que <<la celidonia es buena para ser querido; da audacia, seguridad y victoria en el campo y, si traes su flor, serás honrado de todos los señores>>.

Una planta trepadora originaria de Sudamérica parece querer resumir en sí misma diversos aspectos de la Pasión y Muerte de Cristo; nos referimos a la flor de la pasión o pasionaria, Passiflora cerulea. En efecto, en ella parecen recogerse todos los símbolos de la Pasión: el centro de la flor representa la cruz; los tres estilos aluden a los clavos que sujetaron a ella el cuerpo de Cristo; el ovario representa la esponja con la que se le ofreció hiel y vinagre; los cinco estambres recuerdan las cinco llagas; la corona filamentosa lo hace con la de espinas; los diez sépalos, a los apóstoles ya que Pedro y Judas estaban ausentes; los cinco lóbulos de las hojas señalarían las manos de los soldados que lo apresaron; los zarcillos, los látigos; las tres brácteas, a las tres Marías que estaban al pie de la cruz y el receptáculo floral, al cáliz de la amargura.

Relacionado indeleblemente con la figura de Cristo no podemos dejar de citar al Lignum Crucis, leño con el que se materializó la cruz y cuya madera corresponde a la especie botánica Cupressus sempervivens, L.; es decir, al ciprés, el árbol que en el mundo occidental es el símbolo de la muerte y que está presente en casi todos los cementerios.

Otras plantas que la tradición asocia a la Pasión del Señor son las zarzas, Rubus sp., y el azufaifo, Zizyphus spina-christi, muy abundante en el Jordán y a lo largo del Mar Rojo y que fueron el material con el que se “confeccionó” la corona de espinas.

Como flor de la resurrección se conoce a la rosa de Jericó, pues se le atribuye la propiedad de morir y volver después a la vida. Una bellísima leyenda quiere recoger su origen: cuando José y María huyeron de Belén con el Niño Jesús para salvarle de la degollación de inocentes ordenada por Herodes, atravesaron las llanuras de Jericó. Fue allí cuando la Virgen bajó del asno que montaba y esta florecilla brotó a sus pies para saludar al Niño que iba en sus brazos. Mientras vivió Cristo la rosa de Jericó siguió floreciendo, pero cuando murió las rosas se secaron muriendo al mismo tiempo que Él. Sin embargo, al resucitar Cristo tres días después, las rosas volvieron a la vida y florecieron en la llanura como señal de alegría por la Resurrección.

Es una especie única, oriunda de Afganistán, cuyas ramas tienen la propiedad de contraerse con la sequedad y permanecen cerradas y secas durante muchísimos años hasta que la humedad ambiental o el contacto directo con el agua vuelve a abrirlas para recobrar su frescura y su belleza. Arrancadas del suelo por el viento, éste las arrastra a su merced. Posiblemente, este errar sea la base de otra leyenda según la cual, cuando Jesús se retiraba al desierto para orar, la rosa de Jericó, arrastrada por los vientos se detenía cerca de sus pies y, de madrugada, después de abrirse con el rocío, le ofrecía las gotas de agua de sus ramitas. Y Jesús, en su infinita gratitud, la bendijo.

Asimismo, completando la Trinidad, el Espíritu Santo también tiene su hierba, la hierba del Espíritu Santo, la angélica, Angelica archangelica, indicada para preservar de las alucinaciones provocadas por el diablo y como remedio contra el mal de ojo. De esta forma, las madres solían colgar del cuello de sus hijos unas briznas de esta planta, para defenderlos de todo hechizo o encantamiento.

Las plantas y la Virgen María

Dejemos por sentado, antes de seguir adelante, que los vegetales, bajo el cristianismo, no eran objeto de veneración en sí mismos, si no por su relación, real o supuesta con Dios, María o los Santos.

Cuenta la tradición que el enebro, Juniperus communis, protegió a la Sagrada Familia brindándola sus ramas para que ocultasen en ellas al Niño durante la persecución de Herodes, aunque hay quien considera que fue el romero, Rosmarinus officinalis, el que prestó asilo a la Virgen en su huída a Egipto. Asimismo se dice que florece el día de la Pasión por haber puesto la Virgen a secar sobre sus ramas, los pañales del su Hijo, tal y como nos recuerda anualmente el clásico villancico: La Virgen lava pañales / y los tiende en el romero […]. Se asegura, por ende, que da suerte a las familias que sahuman con él la casa en Nochebuena.

Un papel semejante se atribuye al sicomoro, Acer pseudoplatanus, también llamado árbol santo, relatándose el milagro de que al llegar Jesús a Egipto, todos los sicomoros de aquel lugar, por otra parte grandes y fuertes, se inclinaron hasta el suelo para adorarlo.

También la almendra, fruto del almendro, Prunus amygdalus, llevó su simbología al cristianismo; en efecto, la almendra mística simboliza la pureza de la Virgen María y se manifiesta como una aureola a su alrededor, teniendo su origen este símbolo en la vara de Aaron la cuál, según la tradición, floreció en una noche y dio una almendra. Y, en definitiva, la almendra que rodea el cuerpo de María es la esencia de su virginidad.

El lirio, Iris sp., simboliza la castidad y la tradición cristiana enseña que el arcángel Gabriel llevaba un lirio en el momento de la Anunciación, quedando, así, María liberada del pecado original, de ahí la relación entre lirio y castidad. Relación que algunas tradiciones extienden a san José, el casto esposo de la Virgen e, incluso, en las primeras épocas del cristianismo y aun en la Alta Edad Media, se convirtió en atributo de Cristo y símbolo de su acto redentor.

Las hojas del cardo mariano, Silybum marianum, se mancharon de blanco gracias a la leche derramada por la Virgen María al amamantar al Niño Jesús, quedando bendecida la planta y llena de virtudes.

Es notorio que en la tradición cristiana han sido muchas las flores que se han asociado a la Vigen María. Así, por ejemplo, (ya hemos hablado del lirio), el clavel, Dianthus sp., del que una cita cuenta que las lágrimas que derramaba la Virgen al ver a su Hijo cargando con la cruz se convertían en claveles al llegar al suelo.

El mes de mayo está unido desde siempre a la Virgen: las mayas o margaritas, Bellis perennis, plantas oraculares en cuestiones infantilmente amorosas (“me quiere, no me quiere…”) son en las que se transformaron las lágrimas de María Magdalena en su arrepentimiento.

Las plantas y los Santos

Son muchas las plantas que se asocian a los santos, algunas recibiendo de ellos su nombre; otras calificándose directamente como santas y otras uniendo su utilización a un santo concreto.

Así, la verbena, Verbena officinalis, hierba santa o curalotodo o el tabaco, Nicotiana tabacum, también llamado hierba santa por los primeros conquistadores del Nuevo Mundo.

De san Antonio recibe la azucena, el nombre de flor de San Antonio, mientras que el Ranunculus sp., es llamado flor de San Diego; la Actaza spicata es la hierba de San Cristóbal. La genciana, Genciana lutea, es la hierba de San Pedro, asignándose a la gallocresta, Salvia verbenaca, el nombre de hierba de Santa Lucía, también llamada hierba de los ojos o hierba del ciego ya que antiguamente se creía que devolvía la vista a los ciegos con tan sólo pasar una brizna de ella por sus ojos, de ahí su advocación a la patrona de los invidentes.

El hipérico, Hipericum perforatum, y la Artemisa, Artemisa vulgaris, son conocidas como hierbas de San Juan, pero no por referirse al santo en sí, si no a su noche y, en rebuscada puridad, me atrevo a afirmar que deberían llamarse hierbas de la noche de san Juan.

Y, por último, citemos a la peonía o hierba de San Jorge, Paeonia officinalis, llamada así por florecer en fechas próximas a dicha festividad.

Utilizadas como medianeras ante un santo son, entre otras, el perejil, Petroselinum crispum, ofrecido tradicionalmente a san Pancracio para atraer la fortuna, imagen ésta antiguamente reciente en los comercios españoles o el trébol, Trifolium pratense, que empleó san Patricio para explicar el misterio de la Trinidad a los irlandeses.

La Rosa

¿Y la rosa, Rosa sp.? ¿Cuál es la significación cristiana de la rosa, la émula de la llama, que nace con el día?

La rosa es la flor mística por excelencia, símbolo del nacimiento y renacimiento, de la resurrección y de la vida eterna y la rosa roja se ha vinculado al dolor de la Virgen durante la Pasión, la de color rosa a sus dolores íntimos y la amarilla a sus secretos gloriosos por lo que el papa Adriano VI ordenó esculpirla en todos los confesionarios de la época.

La rosa es símbolo del amor más intenso, el amor supremo y los simbolistas cristianos admiten este significado de la rosa y la llaman amor de la sabiduría divina cuando se trata de una rosa roja y amor de la pureza divina si es blanca.

Santoral botánico: las plantas y sus flores han tejido, desde la tradición cristiana de siglos, un parterre, un porche, un jardín colgante, un camino de devoción, si se quiere, ingenuo, en el devenir histórico de la devoción cristiana.

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