La mejor música

On Wings of Song – Mendelssohn

Este es un relato particular en el que la música, la filosofía y la poesía juegan juntas y ella, la Música, quiere encontrar la manera de hacerse visible, pero no hemos de culparla de querer caminar en el mundo tangible en el que ha sido creada.

Decía el filósofo chino Lu Chi en el s.III que el hombre solo podía profundizar en la filosofía, en el estudio del ser, y llegar al conocimiento de lo que este ser era a través de la música y definió al ser como “un sonido que llega del más profundo silencio”. Tal vez, del más profundo pensamiento, puesto que todo pensamiento e idea surgen del silencio.

 

Torres blancas casi se ven flotar entre la bruma y ella camina a paso lento, algo fatigada hacia ellas, buscando la respuesta. Piensa que allí la encontrará. La respuesta sonora que le de un sentido a su ser invisible desde que el tiempo la hizo nacer. Porque ella es la Música, y no se conoce a sí misma pero ama a los hombres con emoción rítmica, de armonías traídas desde el silencio.

 

Tienen sus formas las de los pensamientos, las de las ideas, y son por tanto, bellas curvas armoniosas, pero invisibles a la vista, al igual que cuando la filosofía encuentra la pregunta fundamental en medio del más enorme y aterrador silencio del pensamiento. Lo invisible, aquello que no vemos, no es sino el sustrato creativo. En lo invisible se abrazan raíces que beben de ideas fecundas inaudibles, en lo invisible está el origen de toda creación.

Por eso ella, la Música, no consigue verse a sí misma, viviendo entre los hombres en tiempos medidos. Enamorada del músico que la llama y la hace sonar alto, o de los hombres que la escuchan. Enamorada del ser, tanto que desea cobrar forma visible, para encarnar su emoción. Y cree que allá en las torres blancas lejanas, podrá encontrar la respuesta. Quiere encarnar la emoción que tanto da a los demás con solo ser escuchada. Ser con forma física es la idea que le ha surgido mientras pensaba caprichosa entre los silencios de las notas. El silencio, ese lugar donde ella encuentra su espacio para meditar y que tan solo los músicos y algunos otros entienden, por eso, en ese momento ha escogido para sonar y existir en la composición de Gymnopedie de Satie, que permite los silencios para dar espacio a su pensamiento.

 

Desea entenderse, pues antes nunca le había resultado necesario, ¡pero ahora sí! quiere entenderse y para ello piensa que quiere  ser visible. Cada nota escuchada sería un todo que cobraría forma a los ojos y ella sería tan hermosa como la llaman. En esta dulce idea y deseo, hace sonar sonriente, el vals de la Bella Durmiente de Tchaikovski y sigue hacia las torres con este sonido durante un rato.

 

Las Torres blancas aún están lejos, puesto que el viento que la transporta es caprichoso y se entretiene en su camino, dando giros, idas y vueltas, aunque ella ya casi siente que camina, de tanto que lo desea. Así que comienza a sentirse cansada y pensar en reposar; si alguien la oyera en ese momento percibiría sus sonidos opacos y densos.

 

Por fin, ha caído en un jardín. En él, las libélulas ululan mentiras descubiertas, pasando al ras por charcos embarrados y nenúfares flotantes, sobrevivientes de los naufragios de una lluvia estacional. El jardín aparece algo agreste, pero vivo, con los verdes brillantes, un par de narajos adornados con sus frutas, las hierbas altas con jaramagos espontáneos de amarillos chillones y margaritas sobresaltadas por el asalto de los insectos. El agua brilla aquí y allá donde se ha acumulado. Los sonidos del jardín enterrado en dudas le interesan y escucha a la primavera preguntar por lo que ha perdido, o a las larvas abriendo paso en la tierra buscando el oxígeno. Así, decide que es un buen lugar para sonar, y escoge a Vivaldi y su Primavera y sigue, efusiva, tomando el sonido de La Consagración de la Primavera de Stravinsky.  Y Música queda encantada. Pero no satisfecha. Sabemos que la creatividad y el silencio son muy exigentes de nuevas ideas.

Al rato, continúa camino a lomos de unos vientos alisios que la transportan ahora más ligera, sin perder de vista las torres blancas a las que quiere llegar para hacer su pregunta fundamental: si puede ser visible.

 

Allá ve un paseante y se dirige hacia él. Va murmurando sólo y ella con su naturaleza sonora, le escucha.

  • ¿Quién eres?, pregunta
  • Friedrich, Friedrich Nietzsche, es mi nombre.
  • Qué murmuras sobre mi?

Nietzsche que ya se sabe un poco entre la persona más cuerda que existe pero algo loco, si es que eso es posible, le contesta:

  • Pensaba en que la vida sin música es un exilio, un error, una fatiga. El lenguaje nos limita.
  • Gracias, señor Nietzsche, yo solo quiero alcanzar las torres blancas y hacerme visible.
  • Visible, tú? Eso es un deseo inútil. Nietzsche se queda meditando un momento y decide callarse. Pues lo apolíneo surge del deseo, y lo dionisíaco de la vuelta a la madre, la naturaleza, y ella, es ambas cosas.

La Música se queda un momento junto a él, deleitándole con algo de su admirado Wagner hasta que de nuevo, marcha.  Y el paseante le desea suerte en su empresa.

 

Siempre medida por su padre El Tiempo, ella es con su voz, entre los segundos y las notas, rebelde de mundo y explicaciones, de entendimientos completos, ella, alimenta la emoción. Si algo produce en aquel que la escucha con detenimiento es esa emoción sin poder explicar del todo. Pero no se queda en lo irracional, vive en los dos mundos opuestos y no puede evitar su matemática implícita, su sujeción pero al fin y al cabo, lo más íntimo y callado, la forma de su voz, los genes del Tiempo.

 

 

 

Las Torres blancas la esperan, ellas son la pregunta, el deseo, inalcanzables cuanto más puras en su naturaleza, más imposibles cuanto más deseo son. Pero sus pies imaginados siguen su camino hacia lo visible, la forma, para poder bailar, cantar, vivir y sentir lo que ella proporciona. Allá sigue caminando durante un tiempo, trágica, con la sexta sinfonía de Mahler sonando en su voz. Hasta que se da cuenta de que el horizonte, todo horizonte, siempre se aleja, es un engaño.

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