Uno de los personajes más olvidados de la Historia es don Juan José de Austria, quien figura ente los hijos bastardos de Felipe IV, pues se cuenta que en total, entre legítimos y no, el rey planeta tuvo más de 40 vástagos. El caso es que Juan José, que vino al mundo en la madrileña calle de Leganitos en la noche del 6 al 7 de abril de 1629, tuvo como padrino de bautismo a un caballero de la Orden de Calatrava, mas pasó la infancia en León, cuidado por una mujer de origen humilde llamada Magdalena. Y cuando la madre adoptiva falleció, fue trasladado a Ocaña (Toledo), donde recibió una esmerada educación, con preceptores como el matemático y cosmógrafo jesuita Jean-Charles de la Faille y el inquisidor y humanista Pedro de Llerena Bracamonte. Al parecer, el chico mostró siempre buena disposición y memoria para el aprendizaje, a lo que se unió una particular facilidad para la pluma, cuyo uso iba a resultar fundamental en su trayectoria política. Además, siguiendo la inclinación heredada de los Austrias, se mostró diestro en el manejo de las armas y fue un apasionado de la equitación y de la caza. Con 13 años de edad, recibió el reconocimiento oficial y público como miembro de la realeza sin intuir que, tras la adolescencia, su aspiración sería saltar al primer plano de la esfera política.
Enviado por Felipe IV a los territorios donde se registraban los más levantiscos procesos, como al Nápoles que conoció la revuelta de Masaniello ante la política fiscal hispana, en 1648 entró como virrey de Sicilia, en Mesina, tomando posesión oficial del gobierno en su iglesia mayor, con el juramento y todo el ceremonial que la ocasión merecía. En lo sucesivo, don Juan gozaría de un sueldo de 2.406 escudos al mes. Además, y en virtud de una determinación personal, adoptada el 25 de septiembre de 1649, la ciudad colaboraría en los gastos virreinales con 60 000 escudos al año.
No obstante, uno de los hechos más importantes de su estancia mesinesa fue el acuerdo suscrito con la ciudad en 1649, por el que se convertía en contrato público el privilegio de residencia otorgado por Felipe II. Este pacto implicaba la obligación por parte de los virreyes de morar en Mesina con el séquito y los efectivos de los tribunales durante 18 meses seguidos, es decir, la mitad del tiempo habitual de su gobierno (3 años). Pero las protestas de Palermo y la Diputación del Reino lograron que ni don Juan ni los virreyes posteriores hiciesen pública en Sicilia la confirmación real, requisito indispensable para la entrada en vigor del documento.
Don Juan José fue virrey de Cataluña (1653) por nombramiento paterno y también de Flandes (1656-1659), donde la pérdida de Dunquerque a manos de los franceses no favoreció su prestigio. En 1661 fue nombrado comandante en jefe de los ejércitos que combatían en Portugal, mas tampoco allí la suerte de las armas le fue propicia: la derrota de Amegial (1663) lo obligó a retirarse a Consuegra.
Aunque al reconocerlo como hijo, Felipe IV le había concedido el título de Serenidad, durante toda su vida el más ferviente deseo de don Juan consistió en obtener el tiulo de infante. Las cualidades artísticas tampoco le eran ajenas, pues pintaba telas. De su destreza en el dibujo, a la vista de una miniatura suya aseveraría el pintor Juan Carreño que, de “no haber nacido príncipe, pudiera con su habilidad vivir como tal”.
El 17 de septiembre de 1665 Felipe IV, el monarca de Las Meninas moría, cediendo el testigo a la regencia de su segunda esposa por la minoridad de Carlos II. El reinado de “El Hechizado” (1675-1700) constituyó el ocaso de la dinastía de los Habsburgo. Su etapa fue una lucha diplomática entre las potencias tratando de dirimir quién quedaría como heredero del todavía inmenso Imperio español. Durante los primeros 10 años, en su minoría de edad, gobernó su progenitora, Mariana de Austria, asesorada por el jesuita Nithard. A continuación, ejercería su influjo en la regente el primer caballerizo, Fernando de Valenzuela, mientras que el hermanastro Juan José, que gozaba del reconocimiento de Gran Prior de la Religión de San Juan en Castilla y que había sido designado en 1647 como máximo responsable de las Armas marítimas, encabezaba la oposición a Mariana de Austria.
Después de la caída de Valenzuela en 1676, Juan José dirigió el gobierno. Lo hizo por petición expresa de Carlos II, que observó pasmado su llegada en una marcha triunfal, pues cabalgaba rodeado de lo más granado de la nobleza castellana como si viniera a liberar Madrid del poder nocivo de la reina madre. Mientras, lejos de la frivolidad de la moda y de los cosméticos, en un convento benedictino de Guadalajara, en Valfermoso de las Monjas para más señas, quedaba recuerdo de La Calderona, pues de él había sido erigida devota abadesa aunque fenecería en la más lozana juventud, con 35 años.
La historiografía ha expuesto que don Juan José fue una mala copia de don Juan de Austria, el vencedor de Lepanto. No obstante, supo aprovechar esos 3 años (aparte de para ajustar cuentas con Valenzuela, al que desterró a Filipinas) para cerrar con Francia un nuevo tratado, la Paz de Nimega, y para aligerar el mastodóntico aparato de administración de la corona. Además,
Su enemiga acérrima, ya lo hemos expuesto, fue Mariana. Y, en un intervalo abierto en la trayectoria descrita, cuando el ambicioso “hijo de la tierra” fue enviado a su cuartel general de Consuegra para después ser detenido, un triángulo salta a la luz con el topónimo de Azuqueca inserto en la carta que la otrora regente enviara al marqués de las Salinas con la maniobra policíaca. El desencadenante del confinamiento fue la comunicación, por parte de don Juan a la reina, el 27 de junio de 1668, de que los médicos le habían recomendado no viajar a Flandes a causa de una destilación al pecho que ponía en peligro su vida. Ante esta renuncia, recibió instrucciones de Mariana de recluirse en Consuegra, su residencia oficial.
Desde la Mancha, no cesó el pretendiente de fomentar la oposición al Padre Everardo Nithard, a quien responsabilizaba de los desastres de Flandes y la pérdida de Portugal. El 13 de octubre el capitán Pedro Pinilla declaró a la soberana que, durante la campaña de Portugal, Bernardo Patiño, hermano del secretario de don Juan Mateo Patiño, le había propuesto conspirar contra el valido. Así las cosas, a los 6 días, la Junta de Gobierno dictó la detención de don Juan José de Austria.
El marqués de Salinas, capitán de la Guardia Española, asumió el encargo de reunir 80 capitanes de caballos para la madrugada del 21 de octubre. El pliego con las órdenes secretas sólo podía ser abierto el domingo 21, de madrugada, en Azuqueca, villa de la campiña de Guadalajara que ejercía de cabeza del marquesado de Salinas del Río Pisuerga, cuyos titulares habían navegado allende los mares, desde la época de Felipe II, como titulares de los virreinatos de Perú y Nueva España. Ante el temor de que en cualquier mesón, entre mesas con jarras de vino y naipes, los espías se camuflaran, la madrastra debió de refrendar que Azuqueca fuera la localidad donde se debería destapar la trama. Pero en materia de servicios secretos don Juan José no se quedaba atrás y, por algún resquicio, debió de enterarse de que los esbirros de Mariana se acercaban, por lo que antes de que se le hiciera tarde para salvar la honra, huyó de Consuegra. Cuando el noble entró en la fortaleza de las tierras que pertenecieron a la Orden de San Juan, sólo pudo constatar que aquél que había de capturar y trasladar al alcázar de Segovia había huido, dejando una carta a Mariana de Austria, una epístola con muchos reproches aunque introducida por el solemne encabezamiento de “Señora”.
A pesar de su éxito en las intrigas, Juan José no pudo prolongar la fuga de la guadaña, ya que fenecería en a los 50 años de unas fiebres tifoideas contraídas en oscuras circunstancias. Su fecha de óbito sería el 17 de septiembre de 1679, idénticos día y mes al desenlace de su padre.
Fue entonces cuando Carlos II reveló sus nulos sentimientos hacia don Juan, haciendo gala de la máxima indiferencia. El soberano de tez pálida y larga melena ni siquiera acudió a velar su cadáver, quizás por miedo al contagio. De hecho, los rumores en torno a su posible envenenamiento corrieron por toda la Península dado el carácter súbito de la enfermedad y azuzados por la circunstancia que Mariana no tardó ni una semana en regresar a la corte una vez desaparecido su rival. Pese a ello, don Juan José recibió los honores que a su rango le correspondían: fue enterrado en El Escorial y su corazón, cumpliendo con lo estipulado en sus últimas voluntades, mandado a la capilla del Pilar de Zaragoza.
Muchas gracias por este artículo. He descubierto un trozo de nuestra historia que estaba oculto. Gracias.
Juan José estuvo luchando por un reino que nunca pudo reinar
Qué desconocimiento de las monografías dedicadas a este personaje, además de artículos de historia o arte. Es lo que pasa cuando se pretende ser una “todista”