No les puse el olvido,
no los cubrí de un pálido
color indiferencia,
sino de la exquisita
bandera del asombro.
Davina Sofía Pazos nació en Quito el año 1973. Es funcionaria en la Embajada de su país en España, y, aunque lleva afincada en nuestra patria varios lustros, su amor a la tierra que la vio nacer la hacen pensar en su vuelta a la misma: “Soy demasiado ecuatoriana, para arrancar de mí tal deseo, pues mis hijos están enamorados de Ecuador. Ya se fueron allí y yo debo ir con ellos también”, nos dirá.
Su afición a la literatura comienza a sus 12 años y bebe en la obra generacional de los llamados Decapitados, donde no deja de incluir a César Vallejo y Mario Benedetti, entre otros.
Muy conocida en las tertulias madrileñas y habiendo ya dado sus versos en tres o cuatro poemarios, la voz poética de Davina Pazos se impone cada día con más fuerza en páginas y ambientes del género, no en vano hay quien no dejó de calificar su poética como “inclemente y dura”, términos en los que ella coincide bastante. Veamos algunos de sus poemas.
HENRI
A Henri Beyle. Stendhal
Quién te dice que no era yo
para ti y tú mi prometido,
que no estuvieron mis dientes
para defensa de tu risa
y que mi voz no fuera
con sangre de los lagos de Saltzburgo
cristalizada
y luego rota de dolor
y otra vez cristalizada
en la informe presencia
de un nosotros.
Toda la sal es ahora
agolpada en los estantes de los ojos
porque estos ojos nuestros, Henri,
que no se conocieron
se conocen este día, con este sol,
con estas nubes de espanto;
y estos labios
que nunca se besaron se desean
detrás de los rumores
de esta brisa que tiembla.
Para que nos besemos
hace falta un cataclismo,
tal vez mañana
donde ya no queden rastros
del que habita tu espejo
y mi alma sea la forma de tu alma,
la forma grande de tu alma que se quema
y padece si no arde.
Los perros nos destrozan, Henri,
como si nos tuvieran miedo,
salgamos, pues, ocultos
tras una máscara de oro
con ribetes de sombras
y déjalos que muerdan ilusiones.
Voy a fingir que soy una reina
venida de un país lejano
para unirme a tu espera,
lejos del ruido, las luces,
las presencias que rompen lo sublime.
Si nos quedamos,
no te extrañe que un día de éstos
nos quieran desnudar
y no les guste lo que encuentren.
Tranquilo, Henri,
será que es demasiado Amor
para los perros.
Algunos libros de la autora
MIS MANOS EN TU CARA
He puesto mis manos en tu cara,
te he cerrado los ojos sin que estuvieras muerto,
tan sólo para que pudieras verme
en toda mi desolación y mi alegría.
Para que estuvieras conmigo.
Los labios te he tocado,
desde todas las terminaciones
nerviosas de mis dedos;
puse sombra en tu boca
para que desde tu voz sombría me llamaras;
toqué tus labios como buscando a tientas
una copa de vino para que conozcas
a qué sabe cada línea de mis manos,
cada hendidura de mí, cada suspiro.
Hoy he puesto mis manos en tu cara,
te he cerrado los ojos,
te he besado los labios.
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