
Estamos pasando la Semana Santa que conmemora el martirio de un hombre que vivió hace más de 2000 años en una tierra pobre y que el llenó de esperanza. Se trata de Jesús de Nazaret, hijo de José de Nazaret, de profesión artesano, según el Evangelio de Mateo (Mateo 13:55ª), perteneciente a la estirpe del rey David y María, posiblemente nacida en la ciudad helénica de Séforis. El padre de Jesús, murió cuando éste tenía aproximadamente 12 años. Posteriormente fue tutelado por José de Arimetea, tío abuelo de Jesús y propietario del sepulcro donde fue enterrado.
Jesús fue crucificado por las constantes controversias mantenidas con miembros de algunas de las más importantes sectas religiosas del judaísmo, y muy especialmente con los fariseos, a quienes acusó de hipocresía y de no cuidar lo más importante de la Torá: la justicia, la compasión y la lealtad (Mt 12, 38-40; Lc 20, 45-47).

Su mensaje innovador y original radicaba en la insistencia en el amor a los enemigos (Mt 5,38-48; Lc 6, 27-36) así como en su relación estrechísima con Dios a quien llamaba en arameo con la expresión familiar Abba (Padre) que ni Marcos (Mc 14,36) ni Pablo (Rm 8, 15; Gal 4, 6) traducen. Se trata de un Dios cercano que busca a los marginados, a los oprimidos (Lc 4, 18) y a los pecadores (Lc 15) para ofrecerles su misericordia. La oración del Padre nuestro (Mt 6,9-13: Lc 11,1-4), que recomendó utilizar a sus seguidores, es clara expresión de esta relación de cercanía con Dios antes mencionada.
El sufrimiento de Jesús a lo largo de la historia ha sido y es motivo de seguimiento por lo inexplicable del mismo. Sufrió lo inhumanamente posible. Sus heridas hoy en día continúan siendo motivo de estudio, éstas han sido analizadas gracias a la Sábana Santa. Su historia es la de un crimen totalmente injusto cometido por gentes que le envidiaron por el supuesto poder que estaba acaparando.
El “informe forense retrospectivo” basado en testimonios y documentación de la época, como los evangelios y los textos apócrifos, que no falsos sino ortodoxos, y que fueron descartados en el Concilio de Nicea (presidido por Osío de Córdoba) en el 325 de nuestra era y las marcas de la Sábana Santa, cuyo testimonio y valor “nadie ha desmentido”, son los que nos dan los datos del sufrimiento que tuvo Jesús de Nazaret.
La documentación histórica romana establece que desde la detención en el monte de Los Olivos hasta la muerte en la cruz de Jesús transcurrieron 24 horas, y que, una vez crucificado, sobrevivió unas tres horas más, cuando algunos crucificados duraban en su lamento en la cruz varios días. Su pronta muerte se debió a la intensidad de las torturas previas de las que fue objeto.
Las punciones en todo el cuero cabelludo nos muestran que fue, no una corona como se nos muestra en las iconografías, sino un casco de púas de espino que llevó en la cabeza durante algunas horas. Los romanos lo pusieron en la cabeza de Jesús en plan de mofa por ser “rey de los judíos”.

Fue también flagelado por un fragelum romano que no es otra cosa que un látigo cuyas puntas terminaban en bolas de plomo. La ley romana, prohibía golpear con este látigo en la cabeza o en otros órganos vitales para provocar sufrimiento pero no la muerte, de tal modo que Jesús llegó a recibir unos 300 de estos latigazos, el triple de lo permitido por la ley. Estos latigazos tuvieron que llegar hasta la misma espina dorsal, las laceraciones rasgaban hasta los músculos y producían jirones temblorosos de carne sangrante. Las venas de la víctima quedaban al descubierto y los mismos músculos, tendones y las entrañas quedaban abiertos y expuestos. Cuando Jesús llegó al monte del Calvario, lugar donde sería crucificado y recibiendo la más desfigurante muerte, la de la cruz”, tenía la nariz rota y varias costillas fracturadas por las palizas recibidas, su hombro derecho, estaba desollado por el peso del patibulum o palo coro de la cruz, cuyo peso debía de ser entre 40 y 50 kilos ya que no trasportaba toda la cruz, -la parte grande permanecía clavada en el suelo a la espera del reo que iba a ser crucificado-. Las rodillas las tenía desolladas por las caídas que tuvo durante el trayecto de unos tres kilómetros y en el que era constantemente apedreado e insultado siendo inclusive escupido por las turbas que cubrían el recorrido. Una vez en el lugar antes de ser puesto en la cruz, tuvo que ser brutalmente tumbado sobre los palos donde sus muñecas fueron atravesadas por unos sendos clavos ( según el doctor Eliezer Seketes, de la Universidad Hebrea y Escuela de Medicina Hadasha, demostró que el clavo era de 11,5 cm, con lo que cada pie fue clavado por separado a cada lado de la cruz.) reservados para ocasiones determinadas y especiales como esta.
Al momento de estar en posición vertical sus brazos se estiraron intensamente, probablemente 15 centímetros de largo y ambos hombros debieron haberse dislocado lo que confirmaba lo escrito en Salmos 22 “dislocados están todos mis huesos”.

En el Nuevo Testamento se nos dice que los huesos de Jesús no fueron quebrados como ocurrió con los otros crucificados. Esto fue así porque los soldados habían confirmado que Jesús había muerto; así se cumplió la profecía del Antiguo Testamento acerca del Mesías donde se dice que ninguno de sus huesos sería quebrado. Pero el soldado romano para confirmar la muerte de Jesús le clavó la lanza en su costado derecho. La lanza atravesó el pulmón derecho y penetró el corazón. Por lo tanto, cuando se sacó la lanza, salió fluido claro, como el agua, seguido de un gran volumen de sangre, tal como lo describe Juan, uno de los testigos oculares, en su Evangelio.

. Romanos 5,7-11
“En verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir -; más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.”
Jesús murió, posiblemente, por una “rotura del corazón”, aunque también hay estudios recientes que nos indican que la muerte le fue producida por la combinación de una serie de otras causas como deshidratación, insolación, cansancio crónico, que eventualmente podían llevar a un paro cardíaco, etc. Por todo ello sería injusto afirmar que la muerte de Jesús fue por una sola causa.