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Desde que el dios Theuth acudió a la corte del rey egipcio Thamus, para mostrarle el nuevo arte de la escritura, y solicitarle que lo divulgase magnánimamente entre su pueblo, el hombre, de forma reiterada, ha inventado alternativas a la realidad con ésta técnica, perfeccionada por los griegos, en la que el mar ha sido tan constante como precursor, desde que Homero inmortalizase a Ulises. Pero también ha reinventado la realidad de una forma más coherente, convincente y plena, para mostrarnos a través de un periódico lo que pasa por el mundo, o por medio de un libro enseñarnos las leyes que rigen nuestra actividad, la física en la que se fundamenta la máquina que manejamos, o las matemáticas en las que se basan el movimiento de los astros que nos permiten ubicarnos dentro o fuera del planeta que habitamos. Escribir es un proceso similar al de una noria de agua: hay que sacar de la mente conocimientos previamente acumulados, para después verterlos sobre el papel. Como dicen los hombres del campo, si no sacas agua del pozo acaba secándose; y por el contrario si le mantienes activo no te falla. Con el proceso narrativo ocurre lo mismo: cuanto más escribes más sacas de ti.

Literatura Guatemalteca

La literatura es el eco y reflejo de la vida, el arte que utiliza como instrumento la palabra casada con el pensamiento. Tiene varias vertientes, como son la ficción, la poética, la histórica, o la didáctica. Nace en Grecia, al usarse por primera vez su técnica con la Ilíada y la Odisea. Los griegos no inventaron el alfabeto, pero incorporarle las vocales supuso el salto definitivo en la técnica de la escritura. Lo habían importado de los fenicios, igual que hicieron con las quillas de sus naves, la popa redonda de los barcos mercantes que llamaron “corceles del mar”, la combinación entre el remo y la vela, o la navegación usando como guía las estrellas.

Narrar es contar otras vidas que uno ha vivido en el proceso de creación, mediante el cual la realidad se transforma en arte, y si se acierta en ello, se logra una realidad distinta, pero tan real como la realidad misma. También es Homero el primer escritor tal y como hoy entendemos el oficio de literato, que -según Ortega y Gasset- “no es otra cosa que el encargado de despertar la atención de los desatentos, hostigar la modorra de la conciencia popular con palabras agudas e imágenes tomadas de ese mismo pueblo para que ninguna simiente quede vana”. Es una profesión que no es fruto de una sola experiencia o momento, sino de una decisión que se va tomando. Como para las demás, se necesita un talento específico, y es producto de la forja de uno mismo, al poner de forma eficaz y armoniosa una palabra tras otra, hasta que como resultado surge el mejor de los amigos, el que como un perro fiel te espera a que vuelvas a retomarlo: el libro, que es como un diálogo íntimo y silencioso con el autor que te transmite lo que sabe, fabula contigo o te hace soñar con su pluma, ese instrumento que el literato esgrime no porque quiera decir algo, sino porque necesita decir algo en algún momento de su vida, en muchas ocasiones propias vivencias contadas en una edad tardía, como el proverbial caso del marino mercante Joseph Conrad, que al retirarse escribió algunas de las obras maestras de la literatura del siglo pasado. Se le ha llamado el poeta épico del mar, ya que pocos han sabido tratar la sugestión y magnificencia marítimas como lo hizo él.

La Prensa es hija de la literatura. La razón de ser de los periódicos estriba en la necesidad de que algunos conocimientos o noticias, que en un principio pasaban de unos a otros de forma oral, manuscrita o a través de los libros, se transmitiesen con la mayor inmediatez y fidelidad posibles. Ambas toman cuerpo en la imprenta, y su alma son los escritores y periodistas. Los primeros tienen la ventaja de que sus textos son más pensados y debidamente elaborados, sin la premura de tiempo que los periodistas, inexorablemente obligados a luchar contra el tiempo, en mayor o menor medida según la periodicidad de su publicación, o medio para el que colaboren. Escribir para los periódicos o revistas es distinto de escribir una novela de piratas, un tratado sobre armas submarinas o un relato histórico sobre la batalla de Trafalgar, pero no tan distinto como a algunos les gusta creer. La buena escritura, de cualquier tipo, es clara, fácil de leer, estimula y entretiene. Cualidades comunes para un ensayo sobre transporte de contenedores o una crónica sobre la botadura de un barco. A la vista de algunos trabajos carece de sentido la diferencia entre literatura o periodismo. ¿No era periodista José María Pemán cuando escribía en el ABC? o ¿No es escritor un director de periódicos de la talla de Delibes cuando redacta “Los santos inocentes”?. Torcuato Luca de Tena decía: “Dadme escritores que yo les haré periodistas”; para el fundador de ABC “la perfección literaria y arraigada cultura, juntamente con facilidad y prontitud de redacción” son las principales cualidades de un buen periodista. Francisco Umbral es tajante cuando sobre el binomio manifiesta: “No entiendo a quienes me preguntan por la compaginación periodismo / literatura. Solo es la diferencia entre un piano tocado por Wagner o tocado por Chopin, pero el piano (la prosa, el estilo, la ideación) siempre es el mismo”.

Umbral tiene su particular teoría sobre los géneros periodísticos: “el reporterismo – para él – son los pies; el periodismo de investigación son las orejas; y los editoriales y el columnismo son la cabeza”. Para Tom Burns: “El truco de este oficio es que sabemos con quién contactar y para qué: pura agenda”, lo que abunda en la idea de que para ser un buen periodista “hay que saber un poco de todo y mucho de nada”. La síntesis: eso es el periodismo en la literatura. Sin embargo, a través de las columnas de opinión, la prensa ejerce de contrapoder tanto político como económico o social, por lo que para su redacción se requiere un profundo conocimiento del tema sobre el que se escribe, pues errar supone un grave riesgo. Riesgo del que puede uno asegurarse siguiendo el consejo de Mark Twain que, con su humor característico, decía que “el pueblo americano goza de tres grandes bendiciones: la libertad de pensar, la libertad de palabra y el buen sentido de no usarlas para no meterse en dificultades”.

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