Narrar es contar otras vidas que uno ha vivido en el proceso de creación, mediante el cual la realidad se transforma en arte, y si se acierta en ello, se logra una realidad distinta, pero tan real como la realidad misma. También es Homero el primer escritor tal y como hoy entendemos el oficio de literato, que -según Ortega y Gasset- “no es otra cosa que el encargado de despertar la atención de los desatentos, hostigar la modorra de la conciencia popular con palabras agudas e imágenes tomadas de ese mismo pueblo para que ninguna simiente quede vana”. Es una profesión que no es fruto de una sola experiencia o momento, sino de una decisión que se va tomando. Como para las demás, se necesita un talento específico, y es producto de la forja de uno mismo, al poner de forma eficaz y armoniosa una palabra tras otra, hasta que como resultado surge el mejor de los amigos, el que como un perro fiel te espera a que vuelvas a retomarlo: el libro, que es como un diálogo íntimo y silencioso con el autor que te transmite lo que sabe, fabula contigo o te hace soñar con su pluma, ese instrumento que el literato esgrime no porque quiera decir algo, sino porque necesita decir algo en algún momento de su vida, en muchas ocasiones propias vivencias contadas en una edad tardía, como el proverbial caso del marino mercante Joseph Conrad, que al retirarse escribió algunas de las obras maestras de la literatura del siglo pasado. Se le ha llamado el poeta épico del mar, ya que pocos han sabido tratar la sugestión y magnificencia marítimas como lo hizo él.