EL CALIFATO DE CÓRDOBA: EL FARO CULTURAL DE LA EUROPA MEDIEVAL, por Fernando José Sánchez Larroda. Profesor de Geografía e Historia)
I.- SIGNIFICADO DEL CALIFATO.
El califato fue la época de mayor esplendor de Al-Ándalus. Puso fin al emirato instaurado en el 556, dando paso a un período en el que Córdoba fue la capital de Europa Occidental y uno de los focos culturales del mundo. Perduró hasta el 1031, cuando, debido a pugnas internas fue abolido y su territorio fraccionado en reinos independientes (“taifas)”, permitiendo el avance de la Reconquista.
II.- DESARROLLO HISTÓRICO Y POLÍTICO.
A.- Abd al-Rahman III y el nacimiento del califato de Córdoba. (891 -961)
La situación política con el último emir Abd-Allah (888-912), era similar a otras épocas. La mezcla étnica causaba muchas sediciones y rebeliones. Además existía el peligro hispano cristiano, que había resistido a la invasión del 711. En este contexto, su nieto Abd al-Rahman III, de veintiún años, fue elegido heredero. Era Inteligente, audaz, astuto e inflexible. A la muerte del emir (912), recibió un reino dividido. Primero derrotó a los Banu, Hyyay y subordinó Sevilla (917). Después acabó con la insurrección de Umar ibn Hafsun, que había dominado, durante treinta años, la Serranía de Ronda desde su refugio de Bobastro. Había creado un estado propio y contaba con innumerables seguidores. Empero, el caudillo “muladí” se ´bautizó y fue abandonado por los suyos, por hereje. Tras su muerte, sus hijos siguieron la causa, pero fueron aplastados (928). Tras profanar la tumba de Hafsum, se declaró “Califa y defensor de la Fe” (929), “Amir al-Nu’minin” (“Príncipe de los creyentes”) y “al-Nasir li-Dini Allah” (“Defensor de la religión de Dios”) Unía así, la autoridad política con la religiosa, reivindicando la independencia andalusí frente a los califatos de Bagdad (abasí) y Qairuwan (fatimí).
Sometió Badajoz (930), Toledo (932) y Zaragoza (937). Formó una importante flota con centro en Almería y tomó Melilla (927), Ceuta (931) y Tánger (951). Quiso controlar el Magreb, pero los fatimíes egipcios truncaron su avance. Con los cristianos, siempre mantuvo su superioridad. Derrotó al rey navarro Sancho Garcés I en Valdejunqueras (920) y saqueó Pamplona (924). A pesar del descalabro de Simancas (939) donde intentó restablecer la frontera del Duero, frente a Ramiro II de León, mantendrá su preeminencia. A la muerte de éste (950), se impuso sobre León, Navarra, Castilla y Barcelona. Borrell II de Barcelona (950), firmó un pacto de paz y amistad. Entre 951- 961 participó en las luchas dinásticas leonesas, convirtiéndose en árbitro de la política peninsular. El reconocimiento de su soberanía iba acompañado del pago de un jugoso tributo anual.
Con él, nace un imperio musulmán que rivalizó con Bagdad en poder y prestigio. Convirtió Córdoba en una de las grandes urbes mundiales. La embelleció, empedrando e iluminando sus calles, construyendo numerosos baños públicos. Contaba con 3.000 mezquitas, 70 bibliotecas, escuelas, centros de traductores de griego y hebreo, universidades (donde se estudió a Aristóteles, Ptolomeo y el Dioscórides, básicos para el renacer cultural occidental), una escuela de medicina, zocos, mercados, alhóndigas e industrias. Su gran mezquita se amplió. Alcanzó 250.000 habitantes en el 955 (500.000 en el año 1000), Los cristianos buscarán allí apoyo militar, médicos y cultura. Construirá al pie de Sierra Morena, cerca de la capital, Medina al-Zahra, su residencia, sede del gobierno y marco incomparable para recibir a los embajadores extranjeros (como el otónida), evidenciando quien era el dueño de la Península.
B.- Al-Hakem II: el esplendor del califato (961-976).
Con una formación excepcional, fue nombrado sucesor a los ocho años. Ya califa (961), transformó Al-Ándalus en foco cultural y protegió su florecimiento. Defendió siempre el dialogo antes que la guerra. Fundó 27 escuelas públicas en las que renombrados maestros, pagados por el estado, enseñaban a los necesitados. Creó una biblioteca con más de 400.000 ejemplares. Asimismo, amplió la gran mezquita. En el exterior combatió a los hispano-cristianos y los fatimíes. Frenó a los primeros con la conquista del castillo de San Esteban de Gormaz (963). En África, restauró el protectorado magrebí (974), para atajar a los segundos. Además, afrontó las incursiones vikingas en el litoral lusitano (966 y 971). En política interna, al contrario que su padre, no supo nombrar un sucesor cualificado. Al final de su vida, una concubina le dio un heredero, Hisam II. Su muerte (976) y la proclamación del pequeño hicieron estallar las disputas por el poder. Tal vez se hubiesen evitado si Al-Hakam II no hubiera confiado tanto en su gobierno. En este sentido, no gozó de la astucia de su predecesor.
C.- Hisham II y la dictadura amirí (976-1009).
Aclamado con 11 años, al instante empezó la lucha. El primer episodio lo protagonizó la guardia palaciega eslava, que quería imponer en el trono a Al-Mugirah, tío del califa. Se fracasó ante la fortaleza del círculo íntimo del monarca, compuesto por su tutor, el visir Muhammad b. Abi’Amir (Almanzor), su madre, la concubina navarra Subh y el chambelán (“hayib”), Jafar Al-Mushafi. El candidato fue estrangulado. Su muerte fue declarada suicidio y archivada, aprovechando el cargo de jefe de policía de Abi’Amir.
Los tres instauraron un consejo de regencia confinando al califa en palacio. Aquí surge el segundo episodio. El ambicioso visir no quería compartir el poder. Conjurado con su amante, la intrigante Subh, se deshizo del chambelán. Para ganarse al pueblo derogó tributos. La fidelidad del ejército la consiguió con expediciones militares a tierras cristianas (977) y su matrimonio con Asma, hija del prestigioso general eslavo Ghalib. Protegido por los beréberes acusó al “hayib” de felonía y lo ajustició con toda su familia (983).
El último, surge cuando Abi’Amir es nombrado gobernador general de Al-Ándalus (“emir”), dependiente sólo del califa (978) y comienza la construcción de un conjunto palaciego semejante al de Medina al-Zahra, donde trasladó el gobierno. Revelaba así, su deseo de convertirse “de facto” en soberano. Esto indignó a Ghalib que, refugiado en Medinaceli, afrontó una guerra civil. Se alió con Sancho Garcés II de Navarra y el conde de Castilla García Fernández. Almanzor les derrotó en Rueda y definitivamente en Atienza (Guadalajara, 981), donde el eslavo fue abandonado por su ejército. Las huestes califales estaban mandadas por el general beréber Chafar ben Hamrun, quien también murió por orden del “emir” (983).
Muerto y decapitado Ghalib, declaró la “jihad” (“guerra santa”). Entre 978-1002, realizó 56 incursiones (“razias”). Cabe citar Zamora, Barcelona, Coimbra, Sahagún, Braga, Santiago de Compostela, Pamplona, Cervera y San Millán de la Cogolla. Señor de Al-Ándalus tomó el epíteto de “Al-Mansur bi-llah” e instauró una dictadura apoyada por el ejército (977-1009). Gobernará con mano de hierro hasta su muerte (1002). Le sucedió su hijo Abd al-Malik, quien aplastó brutalmente las conjuras internas y derrotó a castellanos, navarros y catalanes. Por ello, en 1007, se intituló “al-Muzaffar” (“el vencedor”). En 1008, fallecía, tal vez asesinado por orden de su hermano Abd al-Rahman el Sanchuelo. El atentado trajo el final de la dictadura y la guerra civil (“fitna”). Se sucedieron seis califas. Hisam III (1.027-1.031) será el último, comenzando el período de las primeras “taifas”.
III.- LAS INSTITUCIONES.
El soberano creaba las leyes basadas en el Corán. Era un autócrata, jefe espiritual y temporal, dueño de la vida de sus súbditos. Dirigía la oración del viernes en la gran mezquita. Juzgaba en última instancia. Acuñaba moneda con su nombre y regía la hacienda estatal. El gobierno estaba compuesto por el chambelán (“hayib”), que lo presidía y que era el jefe directo de la administración central, y los ministros (“visires”). El funcionariado era profesional, sin importar su origen. Había numerosos gabinetes (ejército, correspondencia, hacienda, represión de los abusos de poder, etc.) y un servicio de correos estatal. En tributación, había dos tesoros, independientes entre sí: el califal y el estatal, surtidos con una fiscalidad muy rigurosa. Jurisdiccionalmente, Al-Ándalus se dividió en 21 provincias (“coras”), y éstas, en distritos y valles. En la capital de cada “cora” residía un gobernador civil. Las zonas fronterizas (“marcas”), eran regidas por un militar. Hubo un ejército permanente, de mercenarios y voluntarios de la “jihad” (35.000 hombres). La justicia era administrada por el “qadí” o juez; juzgaba según el Corán (en las capitales).
IV.- DEMOGRAFÍA Y PANORAMA ÉTNICO- SOCIAL, LA MUJER.