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La palabra familia proviene del latín “familia” de “famulus”, que a su vez deriva del osco “famel” que quiere decir siervo, y más remotamente del sánscrito “vama”, que significa habitación, casa.
Todos necesitamos un lugar donde poder descansar, “el descanso del guerrero”, un lugar donde poder hablar de nuestras debilidades, miedos, preocupaciones, ideas y sueños sin preocuparnos que nos lo echen en cara o lo usan en contra nuestra. Un lugar donde recibir cariño, donde nos curen las “heridas” del día a día y ese lugar hasta ahora ha sido la familia. Un lugar donde fueras como fueras era muy difícil se te expulsara o te abandonaran, el sitio donde encontrar consuelo, ayuda, aunque no te lo merecieras, donde ibas a encontrar refugio y apoyo, donde te iban a decir la verdad, aunque te enfadaras o no te dieran la razón, pues ellos no buscan tu afecto o llevarse bien contigo, tenían claro que lo importante era tu futuro y tu aprendizaje vital, no tus enfados infantiles. Esa familia que aunque no fuera perfecta era un refugio para cada miembro y en casi todos los casos se quería lo mejor para cada miembro. Hoy en día, Esa familia está cambiando, ahora se busca más el afecto inmediato que el bien de cada miembro. Se valora más llevarte bien con todos los miembros, que el decir la verdad. El “yo” es más importante que el “nosotros ”, y mi bienestar, está por encima de todos. Los líderes de la familia, los padres, se autoengañan en muchas ocasiones, dando cosas materiales o perdiendo autoridad, para evitar frustraciones evolutivas que son buenas para el proceso madurativo de los jóvenes de la familia, en pro de no generar malestares necesarios, todo ello, por la imagen familiar o por evitar conflictos. Buscamos el cortoplacismo con el menor coste emocional, sin pensar en las consecuencias ni en lo que perdemos , sacrificando la consolidación y los pilares de la familia.

¿Como esperamos que nos respeten nuestros hijos si no hemos cumplido como padres? Si en lugar de castigarles en las ocasiones que se lo merecen, o les premiamos cuando se lo ganan, pensamos más en nuestro egoísmo, en lo mal que lo vamos a pasar nosotros viéndole sufrir, o que tenemos que sacrificar el fin de semana o las vacaciones y abdicamos a sus chantajes. Si cuando quieren hablar con nosotros, les paramos porque estamos viendo el telediario, o leyendo el periódico. Si cuando venía ha hablarnos de la pareja, le decíamos que a esas edades esas cosas son tonterías. ¿cómo pretendemos que luego nos cuente lo que le ocurre, si le hemos abandonado y dejado en manos de su entorno y sus “amigos”?.
No se puede educar sin autoridad, sin tener mecanismos para poder dar y retirar cosas importantes del otro, sin esfuerzo y sin disciplina, estas palabras que suenan tan “mal” en nuestros días, han sido la base de la educación en todas las civilizaciones y las grandes escuelas de cualquier país. Con esto no quiero decir que lo tenga que usar, pero sólo por tener estas herramientas, el aprendiz ya toma otra actitud y se esfuerza. Lo más bonito es hacer que se esfuerce al principio por el deseo de orgullo y satisfacción de los padres, para ganarse ese amor, y según va evolucionando, lo vaya haciendo por su futuro y sus inquietudes, pero cuando el infante no lo hace por esas causas, es bueno que sepamos que debemos utilizar todo lo que esté en nuestras manos para su proceso de aprendizaje y madurativo, sabiendo que cada hijo es un mundo y que no puedo educarlos iguales. Es uno de los grandes errores de nuestra sociedad, cada uno requiere su propio proceso, sus propios castigos y refuerzos y más o menos horas con las figuras adultas. La mejor satisfacción de unos educadores, es el fruto de ello, el ver que no se producen broncas constantes, por no haber afrontado bien una causa. ¿Realmente creemos que por mucho que repitamos las cosas, nos van a hacer caso?

Cuando desde pequeños hacían lo que querían, y lo justificábamos con conseguir un pequeño gesto por su parte, sin darnos cuenta que todos los días había malas caras por esa razón y creábamos injusticias entre los miembros familiares al intentar imponernos a los débiles y abdicar ante los fuertes. En esos momentos podemos afirmar que hemos perdido el papel de padres y hemos bajado a la categoría de amigos. Por desgracia, no somos sus amigos por mucho que lo pretendamos, somos los tontos útiles a quien pedir y exigir todo lo que ellos necesiten o se les antoje tener, y por nuestro sentimiento de culpabilidad, por no estar más tiempo con ellos, o creernos no estar a la altura; se lo damos todo casi pidiendo perdón por no haberlo detectado antes que lo pidieran.
Vivimos un periodo donde la renta per capita se ha triplicado con respecto a la generación anterior, donde el acceso a la educación es universal, pero no veo que estas mejoras sociales se reflejen en mayor felicidad. Se ha cambiado el modelo de familia donde la figura que aportaba el dinero y trabajaba era el hombre, mientras que la madre trabajaba en las tareas domésticas y como educadora y controladora del orden familiar, la receptora de todos los que llegaban al hogar, la responsable de tener las comidas, de exigir que estudies o de permitir que juegues.
Hoy esa figura está desapareciendo, las dos figuras parentales tienen que trabajar fuera para sostener la nueva estructura familiar, una estructura con más riqueza material, pero con más vacío emocional. Donde los hijos llegan a una casa vacía sin que nadie les espera ni les escucha, o donde hay una mujer de otra nacionalidad que la suelen considerar “inferior” y no sirve para cumplir ese papel de figura parental, una casa donde no se comparten sus vivencias ni se escuchan sus dudas, donde no se les exige que estudien o se les ponen límites. Donde la bulimia, las drogas, el absentismo escolar o la falta de identidad, hay que asumirlo en la fría soledad de la casa domotizada con la nevera llena. Donde tus ídolos se han caído hace años, (los padres) y han sido sustituidos por un futbolista, un músico, o el “malote” del instituto. Donde internet es quien te dice lo que no sabes, sin filtros de edad.
Somos la primera generación que los padres se esfuerzan para que les quieran sus hijos, cuando lo normal es que los hijos busquen el amor de los padres.
Ante esta nueva familia, hemos destruido ese hogar donde llegabas buscando cariño, respuestas, autoridad y límites, donde estaban las personas que más sabían y que su palabra era la única verdad, hasta que tu crecimiento va aceptando sus límites con cariño y respeto. Porque quieran aceptarlo o no, el hijo quiere unos límites que le den seguridad, estabilidad, donde poder crear su personalidad en contraposición con sus figuras superiores, donde le motive luchar para ampliar esos límites y conquistar más libertad. Cuanto más respeto se tenga a las figuras parentales, más satisfacción se consigue al conquistar libertades, al ver como te acercas a ser adultos como ellos, y más deseas que ellos te lo reconozcan o más te duele el decepcionarlos. Sabiendo los padres que la libertad da miedo y hay que darle la que sea capaz de soportar. Ese es el verdadero papel de los padres.

Ahora, por desgracia, muchos jóvenes llegan a sus casas, donde su única conquista han sido unas habitaciones con derecho a baño y a comida, con todos los gastos pagados y una paga por no hacer nada, donde tengo toda la tecnología necesaria para seguir interactuando con mi grupo y evitar de esa forma hacerlo con la familia. Donde cada uno se cree el más fuerte y el jefe, por lo que los padres, han sido derrocados y los hijos se han repartido la corona, donde las disputas se arreglan sin afecto y sin jueces. Donde casi nadie sabe lo que hacen el resto, donde nadie influye sobre nadie, donde no se perdona nada al no haber lazos afectivos ni respeto.
Partamos de la realidad que no somos perfectos, ni los matrimonios son perfectos ni los hijos lo son. Todos metemos la pata, decepcionamos a los demás, les fallamos y no estamos siempre que nos necesitan, pero tengamos siempre presente que si te compras una lavadora, viene con un libro donde te explican cómo funciona, un coche igual, viene con su libro y te dan clases para saber llevarlo, pero un hijo o un matrimonio, viene sin instrucciones, y cada uno lo hace lo mejor que puede.
Esto no nos puede servir como excusa, cuando claramente vemos que renunciamos a nuestro papel, por comodidad, por evitar conflictos o porque es lo más fácil o para buscar el afecto en lugar de lo mejor para el otro. El formar una familia es una tarea para toda la vida, y siempre tenemos que ver cómo mantener esa estructura teniendo claro que es un proceso de cambio constante y de retos permanentes, donde las satisfacciones van seguidas de sufrimientos, los éxitos de fracasos y las alegrías de tristezas, lo hagamos como lo hagamos, pero que al final, los que sí hayan dado lo mejor de ellos para que salga bien, tendrán más posibilidades de obtener la satisfacción y el amor de cada miembro que el que haya buscado el camino fácil.
