
El arte está lleno de genios, aquellos que dejan su impronta en la historia. En la retina de quien los contempla.
La pintura, escultura, literatura…. Figuras a seguir, a tener en cuenta.
Igual que un verso que se cuela por la retina, por las manos, toca el papel, y entonces se convierte en un referente cada vez que miramos hacia atrás.
Después de Leonardo Da Vinci, no hay en el arte alguien que haya reunido en torno a él tantas cualidades. Durante los cerca de setenta años que duró su carrera, Miguel Ángel cultivó por igual la pintura, la escultura y la arquitectura, con resultados extraordinarios en cada una de estas facetas artísticas. A Miguel Ángel se le atribuye una cualidad, denominada terribilità, a la que puede atribuirse la grandeza de su genio; dicho término se refiere a aspectos como el vigor físico, la intensidad emocional y el entusiasmo creativo, verdaderas constantes en las obras de este creador que les confieren su grandeza y su personalidad inimitables.
Acercamos a los lectores la vida y obra de Miguel Angel Buonarroti. En un último análisis descubriremos su poesía.
Dionisio, Dios del amor y el David.
Miguel Ángel Buonarroti, en italiano Michelangelo; Caprese, actual Italia, 1475 – Roma, 1564. Escultor, pintor y arquitecto italiano. Habitualmente se reconoce a Miguel Ángel como la gran figura del Renacimiento italiano.
La vida de Miguel Ángel transcurrió entre Florencia y Roma, ciudades en las que dejó sus obras maestras. Aprendió pintura en el taller de Ghirlandaio y escultura en el jardín de los Médicis, que habían reunido una excepcional colección de estatuas antiguas. Dio sus primeros pasos haciendo copias de frescos de Giotto o de Masaccio que lee. En 1496 se trasladó a Roma, donde realizó dos esculturas que lo proyectaron a la fama: el Baco y la Piedad de San Pedro. Esta última, su obra maestra de los años de juventud, es una escultura de gran belleza y de un acabado impecable que refleja su maestría técnica. Al cabo de cinco años regresó a Florencia, donde recibió diversos encargos, entre ellos el David, el joven desnudo de cuatro metros de altura que representa la belleza perfecta y sintetiza los valores del humanismo renacentista.
En 1505, cuando trabajaba en el cartón preparatorio de la Batalla de Cascina (inconclusa) para el Palazzo Vecchio, el papa Julio II lo llamó a Roma para que esculpiera su tumba; Miguel Ángel trabajó en esta obra hasta 1545 y sólo terminó tres estatuas, el Moisés y dos Esclavos; dejó a medias varias estatuas de esclavos que se cuentan en la actualidad entre sus realizaciones más admiradas, ya que permiten apreciar cómo extraía literalmente de los bloques de mármol unas figuras que parecían estar ya contenidas en ellos. sirvieron para definir su estilo.
Moises
Julio II le pidió también que decorase el techo de la Capilla Sixtina, encargo que Miguel Ángel se resistió a aceptar, puesto que se consideraba ante todo un escultor, pero que se convirtió finalmente en su creación más sublime. Alrededor de las escenas centrales, que representan episodios del Génesis, se despliega un conjunto de profetas, sibilas y jóvenes desnudos, en un todo unitario dominado por dos cualidades esenciales: belleza física y energía dinámica.
En 1516 regresó a Florencia para ocuparse de la fachada de San Lorenzo, obra que le dio muchos quebraderos de cabeza y que por último no se realizó; pero el artista proyectó para San Lorenzo dos obras magistrales: la Biblioteca Laurenciana y la capilla Medicea o Sacristía Nueva. Ambas realizaciones son en el aspecto arquitectónico herederas de la obra de Brunelleschi, aunque la singular escalera de acceso a la biblioteca, capaz de crear un particular efecto de monumentalidad en el escaso espacio existente, sólo puede ser obra del genio de Miguel Ángel. La capilla Medicea alberga dos sepulturas que incluyen la estatua del difunto y las figuras magistrales del Día, la Noche, la Aurora y el Crepúsculo.
En 1534, Miguel Ángel se estableció definitivamente en Roma, donde realizó el fresco del Juicio Final en la capilla Sixtina y supervisó las obras de la basílica de San Pedro, en la que modificó sustancialmente los planos y diseñó la cúpula, que es obra suya. Su otra gran realización arquitectónica fue la finalización del Palacio Farnesio, comenzado por Sangallo el Joven. A juicio de Giorgio Vasari, historiador del arte, arquitecto y pintor contemporáneo de Miguel Ángel, los frescos de la Capilla Sixtina eran “una obra cumbre de la pintura de todos los tiempos, con la que se desvanecían las tinieblas que durante siglos habían rodeado a los hombres y oscurecido el mundo”. Julio II, en su lecho de muerte, se declaró feliz porque Dios le había dado fuerzas para ver terminada la obra de Miguel Ángel, pudiendo así conocer de antemano a través de ella cómo era el reino de los cielos.
La decoración de la Capilla-Borgherini en San Pietro in Montorio.
También cultivo la poesía. En 1536 emprendió la realización de un grandioso fresco destinado a cubrir la pared del altar de la Capilla Sixtina: el Juicio Final. Ese mismo año conoció a Vittoria Colonna, marquesa de Pescara. A ella iba a dedicarle sus mejores sonetos, en los que refleja al mismo tiempo su pasión platónica y su admiración por la que sería la única mujer de su vida. Vittoria Colonna representó, para el alma desilusionada y solitaria de Miguel Ángel, un consuelo y un remanso de paz; se erigió en guía espiritual y moral del artista y dio un nuevo sentido a su vida. Incluso después de la muerte de su amiga, quizás el único ser que supo comprenderle y amarle, Miguel Ángel mantuvo una actitud muy distinta al constante y angustiado batallar que había caracterizado hasta entonces su existencia, con lo que pudo afrontar con un insólito sosiego el paso de la madurez a la ancianidad.
En los últimos años de su vida, Buonarroti se reveló como un gran arquitecto. Fue en 1546 cuando el papa Paulo III le confió la dirección de las obras de San Pedro en sustitución de Sangallo. Primero transformó la planta central de Bramante y luego proyectó la magnífica cúpula, que no vería terminada.
Frescos de la Capilla Sixtina
La cúpula de la Basílica de San Pedro, una de las piezas más perfectas y más felizmente unitarias jamás concebidas, es junto al proyecto de la Plaza del Campidoglio y al Palacio Farnesio la culminación de las ideas constructivas de Miguel Ángel, que en este aspecto se mostró, si cabe, aún más audaz y novedoso que en el ámbito de la pintura o la escultura. En su arquitectura buscaba ante todo el contraste entre luces y sombras, entre macizos y vacíos, logrando lo que los críticos han denominado “fluctuación del espacio” y anticipándose a las grandes creaciones barrocas que más tarde llevarían a cabo grandes artistas como Bernini o Borromini.
A partir de 1560 comenzó a padecer una serie de dolencias y achaques propios de la ancianidad. Mientras los expertos empezaban a considerarle superior a los clásicos griegos y romanos y sus detractores le acusaban de falta de mesura y naturalidad, Buonarroti se veía obligado a guardar cama y era víctima de frecuentes desvanecimientos. A finales de 1563 se le desencadenó un proceso arteriosclerótico que le mantuvo prácticamente inmóvil hasta su muerte.
Poco antes, aún tuvo tiempo de reunir, ayudado por su discípulo Luigi Gaeta, cuantos bocetos, maquetas y cartones había diseminados por su taller, con objeto de quemarlos para que nadie supiese jamás cuáles habían sido los postreros sueños artísticos del genio.
Cúpula de San Pedro del Vaticano
Plaza del Campidoglio
Apenas dos meses después, el 18 de febrero de 1564, se extinguió lentamente. Sus últimas palabras fueron: “Dejo mi alma en manos de Dios, doy mi cuerpo a la tierra y entrego mis bienes a mis parientes más próximos.” Cuatro hombres le acompañaron en esos instantes: Daniello da Volterra, Tomaso dei Cavalieri y Luigi Gaeta, sus más fieles ayudantes, y su criado Antonio, que fue el único capaz de cerrar sus párpados cuando expiró. Con él moría toda una época y concluía ese portentoso momento histórico que conocemos como Renacimiento italiano.
Su epitafio bien podría ser aquel que el mismo Miguel Ángel escribió para su amigo Cechino dei Bracci, desaparecido en la flor de la edad:
Por siempre de la muerte soy, y vuestro
sólo una hora he sido; con deleite
traje belleza, mas dejé tal llanto
que valiérame más no haber nacido.
Tumba de Miguel Ángel. Michelangelo Buonarroti ,
Basílica de Santa Cruz, Florencia
Asimilable en sus inicios a la corriente del Cinquecento, en su magnífica obra es apreciable, casi desde los comienzos de la misma, una potente manifestación de los sentimientos que derivará en monumentales y poderosas figuras por completo manieristas
Michelangelo Buonarroti fue un hombre solitario, iracundo y soberbio, constantemente desgarrado por sus pasiones y su genio. Dominó las cuatro nobles artes que solicitaron de su talento: la escultura, la pintura, la arquitectura y la poesía, Durante su larga vida amasó grandes riquezas, pero era sobrio en extremo, incluso avaro, y jamás disfrutó de sus bienes. Si Hipócrates afirmó que el hombre es todo él enfermedad, Miguel Ángel encarnó su máxima fiel y exageradamente, pues no hubo día que no asegurase padecer una u otra dolencia.
Quizás por ello su existencia fue una continua lucha, un esfuerzo desesperado por no ceder ante los hombres ni ante las circunstancias. Acostumbraba a decir en sus últimos días que para él la vida había sido una batalla constante contra la muerte. Fue una batalla de casi noventa años, una lucha incruenta cuyo resultado no fueron ruinas y cadáveres, sino algunas de las más bellas y grandiosas obras de arte que la humanidad afortunadamente ha conocido.
Obras de Miguel Ángel. De izquierda a derecha:
Cristo Resucitado-escultura en mármol. El sueño de Miguel Ángel -dibujo a carboncillo. El Martirio de San Esteban -escultura en mármol.
Abajo:
La Piedad
En la escultura utiliza todos los materiales trabaja fundamentalmente el mármol blanco de Carrara, para crear obras caracterizadas por la grandiosidad, el estudio perfecto de la armonía y la fuerza interior de los personajes, intelectual e idealizada.. Estudió la obra de Donatello, y se educó en el círculo de los Medicis, donde entró en contacto con las ideas estéticas del neoplatonismo. Para Miguel Ángel la imagen del hombre es el vehículo supremo de la expresión. La Belleza se halla en el ser humano, un ser divino hecho a la imagen de Dios. Él sólo esculpía la salvación, la condena, el espíritu y la carne, el destino del mundo, esa violencia interior, ese enfado y esa visión tan catastrofista del mundo.
Miguel Ángel creía que en cada bloque de mármol en el que trabajaba existía un alma, una obra latente que él trataba de recuperar, tal es el caso del “David” y “Moisés”.
En la pintura, sus obras tienen la capacidad para transmitir expresiones, no limitándose a ofrecer un excelente dibujo y un atractivo colorido. Presenta sus figuras con gran movimiento y expresividad marcada. La capacidad narrativa de Miguel Ángel es sabe manifestar la tensión del ambiente, tal como concibe la escultura.
Siempre trabajaba sólo, por su carácter fácilmente irritable y porque cuando estaba creando no vivía para nadie ni para nada. Dominó el estilo clásico monumental y sufrió una evolución hacia un expresionismo cada vez más dramático. Abandonó el clasicismo y empezó a hacer un arte convulsivo, pasional, dramático, de figuras inacabadas para acentuar el carácter de provisionalidad de la obra de arte. Su carácter se fue agriando cada vez más y eso se tradujo en la última fase artística de su vida.
Madonna de Brujas, 1501-1504, Escultura en mármol, 1,23 m. de altura, Iglesia de Nuestra Señora de Brujas, Brujas (Bélgica)
LOS VERSOS QUE SURGEN DEL ESCULTOR
Miguel Ángel no era un poeta, pero escribió poesía. Sin embargo, si consideramos con cierta ironía que tampoco se veía como un pintor.
Escultor, arquitecto, pintor y dibujante y poeta, en fin, un verdadero ejemplar
renacentista. Un artista integral obsesionado hasta rozar el delirio con la materia y con el
material. Ya sean los bloques de mármol de las canteras de Carrara, los pigmentos que
se hacía él mismo o las, a menudo, dolientes palabras de su poesía.
De todos estos elementos quizá sean, precisamente, las palabras el material más
íntimo, más arbitrario y más comprometido de todos. Nos revelan en lo más secreto y
pueden hasta condenarnos. A veces no se es consciente de hasta qué punto aquello que
se dice y queda escrito y se firma, nos puede comprometer de una manera especial y
para siempre. La poesía, por lo demás, era el género ideal para
canalizar el caudal de anhelos religiosos y afectivos que por medio de otras disciplinas
artísticas serían más difíciles de visualizar.
Los ecos de Platón fueron recogidos en versos por Miguel Angel Buonarroti Amor, belleza, muerte, Dios y vida, y pecado,. Estos son los temas preferidos por Miguel Angel Buonarroti en sus rimas, que aunque no adquieren lo sublime de sus pinturas y esculturas confirman su arte.
En el año 2012 surge la antología “Rimas” (1507-1555), seleccionadas por Manuel J. Santayana Ruiz, editado por Pre-Textos. Recogen la obra poética del genial escultor.
La obra poética de Michelangelo se realizó ajena a la ambición característica del literato profesional, del erudito humanista: “Las Rimas describen una impresionante parábola temporal y nos dejan el apasionante autorretrato del que apenas hay esbozos, casi secretas alusiones, en su escultura y en su pintura”, escribe Santayana Ruiz en el prólogo del libro.
Lirismo conmovedor, como su arte visual, Miguel Ángel siempre nos descubre belleza. Escuchemos al artista:
CVII
Mis ojos, que codician cosas bellas
como mi alma anhela su salud,
no ostentan más virtud
que al cielo aspire, que mirar aquellas.
De las altas estrellas
desciende un esplendor
que incita a ir tras ellas
y aqui se llama amor.
No encuentra el corazón nada mejor
que lo enamore, y arda y aconseje
que dos ojos que a dos astros semejen.
* Rimas (1507-1555). Selección, versión, introducción y notas de Manuel J. Santayana Ruiz (Pre-Textos)
Nunca dejará de impresionarnos la sobrecogedora capacidad artística de Miguel Ángel Buonarroti. Su excepcional talento para la escultura, la pintura, el dibujo, la arquitectura un desconocido en la poesía. Sin embargo cabe preguntarse por algo muy concreto: cuáles son las condiciones que hacen posible que surja un “genio”.