¡Oh, Jesús¡ ¿dónde te encuentras? Nazareno, Cristo o Redentor, ¿oyes el clamor? Clariná o Redoble, ¿hay dilema? Pasión y sonido, misticismo y fe, amor y credo, todo se confunde, todo se vive, todo se siente...

En el bajo Aragón, localidades como Híjar, Andorra, Albalate del Arzobispo, Alcorisa, Samper, Urrea y sobre todo, Calanda, se concentra la gente con tambores y bombos para participar en la procesión del Perdón, a la una de la tarde del Viernes Santo y empiezan a la señal del alcalde o alcaldesa, o tal vez, en la primera campanada del reloj al grito de “queda rota la hora de Jerusalén” para no dejar de hacerlo hasta el mismo Sábado Santo.

En la zona del Levante, donde las sensaciones suelen ser más exuberantes en contenidos mediáticos, alardes polvorientos y preces de sentido clamor por el pecado y la redención, localidades como Tobarra y Hellín en Albacete o Mula y Moratalla en Murcia, tocan el tambor a tiempo y destiempo, sin dejar descanso alguno, de miércoles a viernes con miedo o sin él, pues el amanecer te define.

Y es que, amigos nazarenos y amigos que contempláis el paso del dolor de Cristo por las calles de Cuenca, “el retumbe contagia, sin duda, energía vital; es como una imitación del pulso de la Tierra, que te hipnotiza, que te impulsa a mantener silencio -curiosa paradoja- como si participaras en un ritual solemne, antiguo, respetuoso.”

Hay un “escalofrío divino” que te envuelve porque ese fenómeno es asombroso, arrollador, cósmico, que roza el inconsciente colectivo -nos diría el cineasta Luis Buñuel-. Tal vez, lo que busca un turbo es esa expresión de los estados del alma que diría André Vauchez, y lo hace porque siente la necesidad apoyándose en el fenómeno de la percusión, soltando amarras, al fin carne y espíritu, razón y sinrazón, todo un sinfín de emociones humanas se conjugan para el tintineo de su corazón mientras mira, una y otra vez, el rostro del Jesús Nazareno del Salvador.

En mi imaginación -pues hombre de historia soy- se plasman las imágenes de aquellos íberos que al enterrar a sus muertos, marchaba tronando tambores entendiendo que cada vez que el mundo sentía soledad porque sus dioses descendían a los infiernos; o tal vez, los hebreos -pueblo de Dios- al entregar su último aliento cuando precedían al reo camino del patíbulo. La Turba de Cuenca es penitencial en su contenido y devota en su compostura. El turbo conquense, ese que ha nacido entendiendo el ritual y lo manifiesta en cuerpo y alma, sabe y es consciente de que este ritual es solemne, propio de una idiosincrasia, que debe tener esos altos contenidos de respeto y con su expresión, “rompe la hora”, porque “rompe las tinieblas” en ese momento en que un Dios, el nuestro, camina hacia el sacrificio cruento para dejar el mundo de los vivos y regresar de los infiernos; es un grito colectivo en un instante trascendente como siempre hicieron los hombres desde el clamor de su impotencia.

Romper la Hora

Nadie ha descrito las Turbas, en ese ritual solemne y espeluznante, como Luis Calvo Cortijo y nadie, ha plasmado en verso el mismo caminar del tambor en la Cuenca de la madrugada del Viernes Santo, como Lucas Aledón; por eso en ellos me miro y con ellos camino; ahora que la misma Turba me ha elegido su “albacea” para corresponder como “Turbo de Honor” en año intenso como fue el 2017, sigo haciendo mi particular homenaje escrito -como ya lo hiciera y lo haré siempre- porque me siento atraído por su rubores del sonido, sus clamores del silencio cuando se escucha un clarín o la génesis para “ayudar a recordar lo olvidado, tarea que -según nos dice Ítalo Calvino- incumbe a los intelectuales en los que yo me muevo, tratando con ello de olvidar lo que recordamos en exceso: ideas, palabras heredadas que nos impiden ver y pensar

Yo, modestamente, canto las excelencias de la ciudad de Cuenca; lo hago por mi orgullo de Cronista Oficial de esta Episcópolis y lo siento como si este “deber incorporado” me haya devuelto mi deseo perdido. Si en ese pasado, aquella ciudad levítica, disonante como la risa en rostro de buena gruñona -tal cual diría Andrés González Blanco- los tambores retumban a toda orquesta, el Miserere del maestro Pradas remendando aquellas trompetillas de órgano, sonaban en boca de los Seises catedralicios, ahora y lo digo yo con voz alta, a clamor partido, con miles de tambores y cientos de clarines vuelve a hacer sentir esa voz de escalinata de Padres Oblatos abajo, gritando al mundo que Cuenca es universal en su Fe, en su Tradición, en su Solemnidad, en su Misterio pasional, en su ciudad del mundo cuando se vive ese “día más rico en emociones” como es el Viernes Santo.

Pero, amigos, la Turba debe ser también respetada por su entorno; debe vivir como Asociación de Fieles y como Asociación de hombres y mujeres del tiempo religioso en su sempiterno Camino del Calvario. Deben aceptarlo a quienes le corresponde porque lo es, y deben asimilarlo para hacer crecer todavía más ese caminar hacia una Semana Santa cada vez más universal. Cuando llega el viernes santo, Cuenca está en tensa vela porque una riada de turbos mantienen la tensión de la ciudad que será envuelta en un ronco e interminable trueno mientras los pasos de sus tres hermandades caminaran por las callejas histórica de esta ciudad levítica. No sé si el “gallear de los clarines” puede y debe advertirte de que esta procesión es vital como la pasión misma, que es real en su sentimiento y que es auténtica si el rigor y el respeto rigen cada momento.

Y bien sé por qué lo digo. Las Turbas, regidas por su Junta, no sólo queda en ese Camino del Calvario de un viernes santo solemne, sino que desvive su templanza todo el año para provocar compostura, ordenar cánones, organizar recorrido y sentar respeto; sus próceres luchan incansablemente por abrir nuevas puertas y hacer crecer su vínculo semanasantero haciendo también cultura con mayúsculas para creer en Ella. No es sólo la Turba en su momento del Viernes, no es sólo el clarín a grito rasgado ni el tambor que clama en estruendo lo único que hace Grupo y Misterio, sino su desarrollo cultural como forma de crecer en educación y respeto hacia una tradición ancestral y eterna. Por eso, la escultura de “Turbas” que el imaginero del hierro, José Luis Martínez hiciera en la Trinidad, marcó un antes y un después, y en ese después, los regidores de la Turba, los que estuvieron y los que ahora están, muestran Arte en pintura, escultura, fotografía, grabado y sentimiento, aquí en la ciudad, allá en los hermanamientos donde el Tambor es el nexo que nos une. Ediciones de libros, exposiciones abiertas, esculturas al aire, conciertos de música, composiciones musicales y audiovisuales y todo un caminar hacia el enriquecimiento de una cultura para la historia que hace todavía más grande el recrear del Turbo como ejemplo para los niños, futuro seguro, que ahora -más que nunca- asisten y lucen su inocencia al lado de una turba que enseña para aprender a ser fieles conquenses.  

Siete horas como siete capillas para una basílica claustral; siete horas como las siete palabras; siete horas de insólito cortejo mientras la luz del Socorro es testigo de ese largo momento. El cabildo de San Nicolás de Tolentino amparado bajo el convento de San Agustín, abrió el momento para hacer nacer una procesión que camina hacia ese Calvario conquense hace cuatrocientos años y es ahí -lo fue y lo es- cuando “se romperá la hora” en la madrugada del viernes santo para que reine el silencio luego -allá en las doce del mediodía- cuando sus imágenes (Jesús Nazareno, San Juan Evangelista, Verónica y la Soledad de San Agustín), guarden su vínculo dentro del Salvador que les ampara.

Pues bien, turbos leales al ritual, sed generosos con el momento, abrir como siempre hacéis el corazón hacia el sentimiento, creer con fe en vuestra devoción, respetar el Paso que os vincula -haced que el Jesús-, vuestro y nuestro Jesús, se sienta orgulloso de ese decálogo del tiempo que hizo grande este vínculo y corresponder a la Verónica, al Evangelista y a la Soledad, nuestra Madre y Señora, porque un año más, todo se yergue entre el silencio del clamor que rasga la túnica de la Pasión con un rugir de tambores ordenado y un clamor de clarines acompasado al momento que lo exige. Sé que lo haréis; ahora, esperemos que también los demás, lo sientan como tal y lo hagan suyo.

 

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