Escribe Edith Stein, nacida en Alemania el 12 de octubre de 1891, en el seno de una familia judía, licenciada y doctorada en Historia, Psicología y Filosofía, que tras la lectura de la vida de Santa Teresa de Jesús, decide convertirse al catolicismo. Y estudiosa de San Juan de la Cruz, nos dejó una amplia obra escrita y traducida a varios idiomas que, su acercamiento a la espiritualidad cristiana fue a través del gozo y el conocimiento de la cruz, y de la obra de Teresa de Ávila. Edith, ingresa en el convento del Carmelo de Colonia, toma el hábito carmelita con el nombre de hermana Teresa Benedicta de la Cruz, un 15 de abril de 1934: desaparecida y muerta en el campo de exterminio nazi de Auschwitz, fue beatificada el 1 de mayo de 1987 por el Papa Juan Pablo II. Edith, dejó escrito que “Teresa de Ávila es la verdad del amor, y que no es cuestión de conocimiento sino de relación.” Y dice bien la Doctora en Filosofía y Espiritualidad, mártir del nazismo, que por amor encontró a Cristo, y leyendo a Santa Teresa, llegó a conocer el gozo de la cruz; porque sin encuentro, el amor, no existe.
No deberíamos olvidar, que cada uno de nosotros es parte de Dios y de la cruz como símbolo y guía del amor. De la cruz que nos sobrecoge cuando la tragedia nos muestra nuestra fragilidad humana. Esa parte de Dios en nosotros es tan amplía que por su dimensión y amplitud, no llegamos a creérnoslo. Y puede que esto ocurra porque estamos acostumbrados y educados en que todo tiene un precio en nuestra vida, que nada es gratuito y por esa lógica humana, olvidamos la gratuidad de Dios.
En nuestra sociedad narcisista y egocéntrica los mayores goces se encuentran en el consumismo desenfrenado. La única perspectiva es la imagen propia de la estética y de la moda que se sigue sin reparar en la tiranía que los diseñadores imponen y marcan Para conseguirlo se trabaja y se vive creyendo erróneamente que ese es el camino de la felicidad humana. Cuando voluntariamente perdemos nuestra libertad estúpidamente, estamos perdiendo esa parte de Dios. Porque para sentir a Dios, hay que ser libres. Porque el amor, si es auténtico, no nos merma libertad, y cuando lo percibimos en nuestro interior el gozo nos inunda y se nos llena la mirada de luz y de emoción. Pero suele ocurrir que el amor no se encuentra en los establecimientos bancarios, impecables en diseño, donde los ordenadores y los números nos marcan las pautas a seguir y, donde si no tienes propiedades que te avalen, no nos será dado ese dinero con el que en tantas ocasiones, creemos que podemos comprar una parcela de felicidad. Porque el amor es calor y cercanía, un tibio roce en la mejilla, un apretón de manos, una mesa compartida donde el pan y el vino se hacen cómplices del diálogo sin engaño posterior

La verdad para Edith Stein, como para San Juan de la Cruz, es sencilla, todos estamos llamados a encontrar a Jesús. A seguirlo. La vida es la antesala del encuentro con Dios. Esa es la filosofía cristiana tan desconocida que muchos bucean en otras culturas por ignorancia. Dios se hizo hombre. Hombre presente en el poblado de la vida con las características humanas, pero con la grandeza de amar a todos sin hacer excepciones. Y a partir de ese momento, Dios, participó del dolor humano y de la incertidumbre ante el misterio de la muerte. Desde entonces Jesús de Nazaret, nuestro hermano y amigo conoce nuestro sufrimiento, porque Él, es uno de nosotros. Esa es la veracidad del cristianismo la cultura que permite derribar barreras y obstáculos dentro del orden social. Cristo Jesús nos eleva hasta divisar sus horizontes y en esa certidumbre absoluta avanzamos confiados para dar un giro radical a la existencia. Teresa de Jesús: mujer buscadora de Dios supo descubrirlo y desdeñó valientemente las reglas sociales de su tiempo: Teresa de Jesús: Doctora de la Iglesia, nos dice que “, “conocer a Dios, es conocer a los hombres por Él”

Y precisamente en ese momento Europa emerge al conocer a los que sufren, y saber, que en cada uno de esos afligidos sin rostro, o con rostro despreciado, Cristo habita en sus miradas, muere con ellos y camina por el desierto de la vida con la sed de todos los labios del mundo. Cuando presentimos un pequeño atisbo de la presencia de Dios se recibe el cortejo de la pasión y muerte con el silencio de un caminante que en la noche se guía por las estrellas. Y Cristo, ese hombre llamado Jesús de Nazaret, nos llama y nos nombra a cada uno de nosotros, con nuestro propio nombre por todos los caminos y ciudades de la tierra. Por esa razón alzamos nuestros ojos a Jesús, Cristo abandonado y desposeído, cuando sentimos angustia entre los recovecos de la piel y del alma. Cuando todo se nos torna en crisis porque nos sentimos solos incapaces de continuar con nuestro mundo íntimo convertido en un montón de escombros es cuando descubrimos a Cristo con su dolor y su condena, con su soledad y su patíbulo, allí asesinado en la cruz: ejecutado por la ley de los que ostentan el poder y son injustos. Leyes dictadas por personas, y como tales imperfectas, y en ocasiones equivocas en cualquier etapa histórica. Por ese motivo y otros muchos, seguimos alzando nuestra mirada a Jesús de Nazaret porque su caridad y amor nos espera y ampara desde la libertad de la persona que es un don de Dios.
Izquierda: Salcillo Cristo azotado.
Derecha: Tiziano. Caida de Jesús
Jesús de Nazaret no es un personaje de nuestra cultura; es nuestra cultura la que se asienta y tiene su base en el Evangelio predicado por Jesús. Así, desde esta realidad, todos tenemos el deber de cambiar el mundo. El mundo está conformado de pequeños grupos humanos; es ese resto del que se nos habla en la Biblia, donde cada uno de nosotros, cristianos comprometidos con el mensaje de Jesús, tenemos que salvaguardar los valores del Evangelio dentro de nuestros círculos familiares y sociales donde asistimos a un desmedido afán por resaltar y valorar, desde los medios de comunicación, especialmente la televisión, comportamientos indignos y soeces donde impera la ausencia de valores, además de la grosería en el lenguaje y la descalificación moral de muchos de sus programas de mayor audiencia. Es un compromiso de cultura y de fe reiterar este testimonio Se puede afirmar rotundamente que nosotros, los europeos, no seríamos tal cual somos, sin el legado cristiano.
Aún hoy, la Pasión de Cristo contemplada desde las esculturas de la tradición española, que es la catequesis del pueblo llano nos remueven las entrañas ante tan cruel martirio. Al mirar la imagen de Jesús, el espanto nos estremece y el Gólgota es inhóspito; tan inhóspito como todos los gólgotas actuales. La Semana Santa en España es el silencio ante el Monumento, donde la espiritualidad se respira en cualquier iglesia grande o pequeña A la luz de las velas orando en el silencio sin mirar el reloj se percibe y recuerda el Amor Fraternal del Jueves Santo, y la donación de Dios bajo las espacies del pan y el vino. Jueves Santo, Eucaristía y amor fraternal, donde hasta Dios, se arrodilla ante la humanidad y le abre las puertas de la eternidad.
Superior de izquierda a derecha: Zurbarán, Goya, El Greco, Van Dick.
Inferior de izquierda a derecha: Murillo, Velázquez, Dalí, Berruguete.