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Los Judios en la España Medieval

Según los padres de la iglesia, la diáspora comenzó a partir del año 70 d. de C., aunque las primeras noticias de este hecho histórico son muy anteriores a la destrucción del templo de Jerusalén (d. de C). Coincide con la desaparición de los dos reinos judíos que se habían formado después de la muerte de Salomón: Israel, 722 a de C. que cae en poder de los asirios, y el de Judá, que esclaviza Nabucodonosor llevándoles a Babilonia.

            De hecho hay escritos, que, aunque sea dudosa su autenticidad, hablan de que los judíos españoles recomendaron a los contemporáneos de Jesús que no fuera ejecutado, que no cometieran el deicidio.

            Los judíos, en los primeros siglos de la Edad Media se ocupaban en las mismas actividades que los cristianos, y los había ricos, pobres, nobles y plebeyos, es decir estaban inmersos en verdaderas diferencias sociales propias de la época.

Conversión de Recaredo I

            Lo cierto es, parece ser, que en época romana la población judía en la Península era bastante importante, habiendo llegado a las colonias de levante con los demás pueblos colonizadores mediterráneos.

             Se entiende que convivieron pacíficamente con los visigodos hasta que, se convirtió Recaredo al cristianismo en el III Concilio de Toledo.

No es muy conocida la influencia que sobre la política visigoda llegó a tener la iglesia, pero fue tanta que estaba incorporada por ley en todos los órganos de gobierno. De hecho los concilios eran mixtos, rey y obispos,  por lo que se comenzó a pensar en la unidad religiosa de la Península, y ello dio lugar a una persecución contra ellos, con el fin de convertirlos al cristianismo.

            Nada tiene de extraño que la comunidad judía de España, agobiada por los malos tratos y, amenazada en su subsistencia, propiciara la invasión musulmana de 711, aunque nada hay probado sobre tal asunto; es creencia general en todos los tiempos que así fue, o al menos que pudo ser.

            Ignacio Olagüe sostiene, que los judíos, junto con los arrianos que quedaron en España tras la conversión, representados por el Conde de Ceuta Don Julián, solicitaron ayuda  de los musulmanes para defenderse de la monarquía visigoda, dando acceso a la peninsula a Tarik y unos quinientos jinetes, que por pura casualidad alcanzaron una pequeña victoria junto al río Guadalete, en donde la suerte les acompañó al morir en la batalla el rey Don Rodrigo.

Batalla de Guadalete. Oleo de Mariano Barbasan

Debido al sistema de elección de nuevo rey, sumamente lento y complicado, la conquista de la Península fue casi un lento paseo triunfal en la que los visigodos, que no reaccionaron eligiendo nuevo mandatario, inmediatamente, y enfrentándose al invasor unidos, dejaron que los árabes se extendieran más o menos cómodamente por nuestros territorios hasta llegar a Covadonga.

            Sí pensaron, los judíos, que esta invasión les liberaría de la presión –especialmente tributaria-que sobre ellos ejercían los visigodos. No pudieron cometer mayor error, ya que los musulmanes que mientras les convino se sirvieron de ellos, a su vez, en cuanto se sintieron fuertes, les persiguieron como disidentes de la religión de Alá y, de hecho, sobrevivieron los que fueron capaces de prestar importantes servicios a los invasores, pero siempre musulmanizándose y sufriendo frecuentes castigos y persecuciones.

 

 

Grande Sefarad

De hecho, según algunos autores, la fobia que en toda Europa, la de los reinos cristianos, se despertó contra los judíos y que se ha mantenido hasta la modernidad, fue debida al convencimiento de que eran muy parecidos a los musulmanes  en costumbres y creencias, y se confabulaban con ellos para la lucha contra el cristianismo. Similitudes son los templos desprovistos de imágenes y símbolos, negativa a consumir carne de cerdo, la circuncisión, la constante preocupación por la higiene, los ritos para el sacrificio de animales, etc.

            Muchos autores defienden la no existencia real de las hoy llamadas tres culturas, ya que nunca existió en España esa cultura con entidad propia, que podríamos llamar judía, porque aunque si hubo famosos e importantísimos sabios y destacados, judos, en todos los campos de las ciencias, y especialmente en la medicina, la literatura y la filosofía, siempre fue o al amparo de la cultura árabe o de la cristiana, en las que de una u otra forma se habían integrado, y a las que servían dócilmente, y  no existiendo por tanto en ningún momento lo que se pudiera denominar cultura judía propia, autóctona e independiente de las citadas.

            Lo que es cierto es que los judíos, en principio de forma voluntaria- después por ley-, se recluían en aljamas o comunidades, o en lugares de las ciudades generalmente próximos al arrabal, lo que se explica por  la comodidad que para ellos suponía vivir cerca de sus familias, de sus escuelas rabínicas, de sus mataderos y de sus instituciones, lo que de hecho les llevó a aislarse parcialmente del resto de la población, formando siempre un núcleo aparte, tanto en la ciudades musulmanas como posteriormente en las cristianas.

Judería en la ciudad de Córdoba, España

Fueron especialistas en el negocio de los esclavos y fabricación de eunucos para los harenes, la recaudación de impuestos y el ejercicio de la medicina, lo que en ocasiones les llevó a enriquecerse o a ocupar altos cargos dentro de la administración, pequeños comercios y multitud de oficios manuales.

            Otra actividad que ejercieron con gran destreza, con mucha frecuencia, fue la de traductores, pues  tuvieron facilidad para dominar las distintas lenguas que por los territorios en litigio se utilizaban: hebreo, árabe, castellano, latín y griego, lo que les llevó en numerosas ocasiones a desempeñar importantes cargos diplomáticos con uno u otro bando, culminando su habilidad en la Escuela de Traductores de Toledo.

            Pero, aunque lo que antecede puede hacernos ver que disfrutaban de una vida que podríamos denominar privilegiada, nada más lejos de la realidad, ya que de hecho se dieron numerosos casos de matanzas de judíos tanto en las urbes musulmanas como en las cristianas.

Judíos Sefarditas

El tiempo de bonanza que mayormente disfrutaron fue con el Califato de Abderamán III, pero cuando vienen los almohades en 1148, ajustan las costumbres al Corán e inician una persecución contra los no creyentes, tanto cristianos como judíos, a los que no queda otro camino que la conversión al Islam o la huida  del peligro, que les empuja  hacía los reinos cristianos del norte.

            Después de leído lo que antecede, no tenemos otro remedio que reconocer que no existió la denominada por algunos idílica convivencia, sino una cruel y dura coexistencia en la que casi siempre peligraba la integridad física de los mismos: los judíos

               En cuanto al número de los que habitaban tierras cristianas, en la España del siglo XIV hay diferentes y muy variadas opiniones, si bien nos quedamos con la de Julio Valdeón que los cifra entre 180.000 y 250.000 para todos los reinos cristianos. Ciñéndonos, por ejemplo, a Toledo en un padrón de 1290 se cuentan unas 350 familias, que suponen unas cuatro mil personas. Estaba situada la judería en Toledo al oeste de la ciudad, entre el Puente de San Martín, Cambrón, Santo Tomé y la iglesia de San Román, por lo que ocupaba una gran extensión y gran parte de la ciudad..

Judería de Toledo

Volvemos a insistir que se agrupaban en determinados lugares porque en ellos habían instalado sus servicios más perentorios y casi siempre guiados por las necesidades religiosas, a las que accedían con mayor  facilidad al estar juntos en zonas urbanas concretas.

            Las fuentes consultadas, nos indican que fueron diez las sinagogas de que disponían en Toledo, aparte de cinco centros de estudio y oración, o madrasas. Estas fueron: Sinagoga Mayor, El Templo Viejo, el Templo Nuevo, la de Ben Zizám, la del Principe Samuel ha-Leví, la del Cordobés, la de Ben Abudarm o de Amalaquín, la de Suloquia, la de Ben Aryeh y la de Algiada.

            Sobreviven las conocidas como Santa María la Blanca, de estilo mudejar, y de la que se desconoce su origen y fecha de construcción. Se achaca a las predicaciones de San Vicente Ferrer como la causa que llevó a convertirla en iglesia, aunque en 1554 el Cardenal Siliceo fundó allí un beaterio. Posteriormente, en 1791 fue cuartel, y en 1930 se la declaró monumento nacional.

Otra sinagoga muy importante fue la del Príncipe Samuel ha-Leví, tesorero que fue  del rey Pedro I de Castilla, es la que actualmente conocemos como Sinagoga del Tránsito, que se edificó entre 1355 y 1357, y en 1492 pasó a depender de  la Orden de Calatrava; desde 1964 se ha convertido en museo Sefardí.

Sinagoga del Tránsito
Sinagoga Santa María la Blanca

Continuando con lo expuesto por varios autores al respecto, nos encontramos que la Iglesia, se dedicó a preparar a sus sacerdotes, especialmente dominicos, para que estudiaran en profundidad las escrituras hebreas, lo que hicieron a fondo, ya que, después de aprender el idioma hebreo, llegaron a conocer las originales escrituras tan bien como los propios rabinos judíos, y a continuación se dedicaron a la predicación para dar a conocer al pueblo los errores que en ellas habían encontrado respecto al Mesías, y cuyo último fin era demostrar la divinidad de Jesús.

            De aquí al odio había un paso y ese paso se dio, ya que se despertó hacia los judíos que, comenzaron a ser acusados de prácticas sacrílegas, como el robo y compra de formas consagradas, prácticas sacrílegas realizadas con ellas, y finalmente de un regusto por secuestrar niños cristianos a los que martirizar de la misma forma que sus antepasados habían hecho con Jesús. Véase por ejemplo lo concerniente al denominado Niño de la Guardia (Toledo, centro actual de veneración cristiana.

            Lo que justificaba muchas veces el odio y  los repetidos asaltos a las juderías y las matanzas que a lo largo de aquellos siglos se produjeron, a través de los denominados progromos.

Rapto del Santo Niño de la Guardia. Claustro de la Catedral de Toledo
Martirio del Santo Niño de La Guardia
Ermita del Santo Niño de la Guardia, La Guardia, Toledo. Lugar donde fue martirizado el Santo Niño.

Si todo lo que antecede lo unimos a la posible envidia que su especial habilidad en el manejo de la administración de bienes solían poseer, además de los cargos que solían recibir como recaudadores de impuestos, y la fama de prestamistas y usureros, nos encontraremos el caldo de cultivo que nos llevará directamente a entender todas las barbaridades que con los hebreos se llevaron a cabo, no solo en España,(conocidos como sefardíes) sino en muchos países europeos, de los que generalmente fueron expulsados antes que del nuestro.

            Referente a las deudas contraídas por muchos, con los prestamistas, sigue siendo fácil entender que haciendo desaparecer al prestador se suele agotar la deuda, siendo esta otra causa de la persecución de las que muchas veces fueron objeto. En esta práctica solía ser corriente que se cobraran los intereses agregándoles al monto total del préstamo, con lo que al formalizarse este se daba como recibido, lo que realmente se había de pagar en el endeudamiento. Todas estas prácticas y hechos coadyuvaron  a la mala fama de los prestamistas y al odio de las  masas.

            Otra época decisiva en la persecución de los judíos fue la del advenimiento de los Trastámaras, dado que Pedro I les había protegido ampliamente, ellos hicieron lo contrario persiguiéndoles tanto como antes se suponía que habían sido favorecidos. Ello duró hasta que se dieron cuenta de que les eran necesarios y útiles en la administración de sus reinos y bienes.

Judios medievales

Estudiando el asunto, es conveniente conocer que muchas veces, clérigos irresponsables exaltaban a las masas convenciéndoles de la necesidad de transformar las mezquitas en iglesias, y convertir a los supuestos deicidas, tarea a la que se dedicaron, en casi todas las ocasiones, violentamente.

            A titulo de curiosidad, nos hemos encontrado que Enrique II, en junio de 1369 vendió en pública subasta a los judíos de Toledo y sus bienes hasta unas  20.000 doblas de oro.

            Si todo lo expuesto no era suficiente para mantener un continuo odio hacía ellos, vinieron otros imprevistos a agravar lo que ya de sí era suficientemente grave; las epidemias.

            Cada vez que la peste u otras enfermedades asolaban los campos y ciudades de España fueron acusados con las más absurdas e inverosímiles argucias, llegando hasta culparles por envenenar los manantiales, para así terminar con los cristianos. Se les hizo responsables, por ejemplo, de la Peste Negra. No es difícil imaginar que ellos, tanto como los demás serían víctimas de las epidemias, pero la credulidad del pueblo debía ser tan absurda que no era difícil convencerles de tamañas felonías, y empujar a los más exaltados a la matanza masiva de los supuestos envenenadores. Se les hizo responsables, en algunos entornos, por ejemplo, de la Peste Negra.

La Peste Negra

Otro grave problema comenzó a surgir cuándo se convertían al cristianismo y pasaban a denominarse conversos. Sin duda había varias clases de conversos. Los primeros, y casi siempre, eran los más cultos y conocedores de la ley mosaica, que normalmente y quizás para hacer méritos, defendían el cristianismo con más brío que los propios cristianos, lo que les servía de acicate y base para hacer méritos en la nueva situación y, nada mejor  que perseguir a sus correligionarios.

            Como las conversiones casi siempre eran forzadas, muchos lo hacían en falso, es decir se convertían de cara al público, pero seguían ocultamente practicando la religión de sus antepasados, lo que daba lugar a denuncias, unas justificadas y otras no, pues al quedar libres para ejercer cualquier profesión, los cristianos se sentían perjudicados por los nuevos competidores, aprovechando cualquier ocasión para presentar quejas y denuncias sobre ellos.

            Había una tercera cuestión nada desdeñable desde el punto de vista de la conversión, y que radicaba principalmente en las costumbres, y sobre todo en la alimentación, distinta a la de los cristianos. Unido ello a la casi la total falta de instrucción que sobre la nueva religión habían recibido, les hacía víctimas fáciles y vulnerables a la denuncia, que les acusaba de practicar el judaísmo.

 

 Finalmente aparece el fenómeno de lo que vino a llamarse “la pureza de sangre”, de la que presumían y podían presumir los que demostraban ser cristianos viejos, pero los cristianos nuevos, todos eran conversos y por tanto sospechosos de conversión  fraudulenta, que aseguraba su supervivencia.

Aunque las disposiciones oficiales volvieron a limitar el derecho al trabajo en ciertos oficios, para los judíos, la bula del Papa Nicolás V, de 24 de septiembre de 1449, determina que todos los que hayan recibido el bautismo, independientemente de la fecha, son hermanos en Cristo y tienen los mismos derechos, tanto religiosos como civiles.

            Todo esto dio lugar a la propagación de rumores, prejuicios y acusaciones, alimentadas por escritos anónimos y predicaciones irresponsables, que lograron seguir manteniendo el odio contra los hebreos que generalmente terminaban siendo acusados de todas las desgracias que a unos y otros, y por diversas circunstancias ajenas al tema, les sucedían, lo que daba lugar al mantenimiento del odio racial que se desbordaba en persecuciones y matanzas siempre que la ocasión era propicia. Entre las lindezas verbales que se les dedicaban están las de marranos, rencorosos, mentirosos, vengativos, pérfidos, y hasta se les aplicaba como estigma el ser listos e inteligentes.

            Las fuentes consultadas respecto a la expulsión de 1492, indican, y es muy importante destacarlo, que los Reyes Católicos nunca persiguieron a los judíos como raza, o sea como judíos, sino “solamente como practicantes de su religión”. De hecho cuando se convertían dejaban de ser judío-religiosos, cambiaban de nombre y adquirían los plenos derechos que tenía cualquier español.

Prestamistas judios

Ante la tesitura que se les presentó de convertirse o salir de España en un corto plazo, hubo de todo, unos se convirtieron de mejor  o peor talante, pero la única forma de eludir y salvarse de lo que se les venía encima, cruel sin duda, pero inexorable; otros no cedieron a ser bautizados y consintieron en aceptar la expulsión sin ceder un ápice renegando de sus creencias, y con mucha dignidad emprendieron el caminos del exilio.

La dispersión se hizo en todas direcciones y mientras unos emprendieron el camino terrestre hacia los países del norte de Europa, otros lo hicieron de dirección contraria tomando el camino de los países mediterráneos y del norte de África, llegando unos a Venecia e Italia, siendo mayoría los que recalaron en el Imperio Otomano, en donde fueron acogidos con simpatía y además protegidos.

            En el traslado fueron masacrados, en muchos casos `por los mismos marinos que guiaban los barcos, con el fin de robarles las pocas propiedades que habían conservado y que habrían de servirles para emprender una nueva vida. Los reyes habían previsto tal posibilidad y les enviaban con un vigilante que al regreso debía informar de las circunstancias del viaje, lo que di lugar a muy duros castigos para los culpables.

Expulsión de los judíos

Debemos destacar que muchos de los que habían ido a los países árabes del norte de África, en ocasiones pidieron la presencia de un embajador español ante el que recibieron el bautismo, regresando a continuación a España en donde se les restituyeron las propiedades confiscadas y se les reconoció como españoles de pleno derecho.

            Al terminar esta operación de expulsión, España se encuentra que los judíos, como religión han desaparecido, pero la sociedad automáticamente se clasifica en cristianos viejos, cristianos nuevos o conversos, y dentro de estos los que se han bautizado pero siguen practicando en secreto la ley de Moisés que son los conocidos en lo sucesivo como marranos. 

            Esto di lugar a que la Inquisición siguiera en plena actividad y que, casi en exclusiva la misión de la misma, fuera  la de actuar en  puntuales casos de brujería o solicitación y la de perseguir a los marranos que seguían practicando en secreto la religión prohibida, y de hecho todos los expedientes que sobre esta institución hemos consultado, así como las condenas, están dirigidos casi en exclusiva contra estos falsos conversos..

            Podemos y debemos denominar los hechos que a los judíos sefarditas, o españoles, les ocurrieron a partir de la expulsión como­ una verdadera diáspora. Se extendieron por todo el mundo y a todas las naciones llevaron nuestra lengua y nuestra cultura. Se sintieron y manifestaron siempre españoles, como verdaderamente lo eran, y nunca perdieron la esperanza del regreso a Sefarad.

Esta triste historia, cuyo último acto ha sido el del reconocimiento oficial de la nacionalidad española a todos los que así lo deseen, ha pasado por numerosas vicisitudes a lo largo de la historia, siendo una de las más controvertidas la de la actitud del gobierno en tiempos de la persecución alemana y el holocausto propiciado por Hitler y los nazis.

            Al día de hoy los judíos sefardíes han dejado en muchos casos de hablar el judezno o castellano antiguo. Algunos se integraron en el estado de Israel, la mayoría perecieron en los campos de exterminio, pero aún perduran huellas sefardíes por el norte de África, Turquía, Salónica, etc., mostrando todos un gran celo por mantener las costumbres y el idioma de sus antepasados españoles.

            Mi experiencia personal es que hace muy pocos años conseguí contactar con una descendiente de sefardíes procedente de Salónica que vivía en EE.UU. Su nombre Rachel Amado Bortnick ,presidente de los sefarditas europeos, persona con la que tuve la oportunidad de hablar largamente y fundamentarme con todos sus saberes al respecto.

                       No en vano circula la leyenda en muchos lugares de nuestro país  que al salir de España se llevó cada familia sefardí la llave de su domicilio, y está documentado que algún descendiente ha regresado, por ejemplo, a Toledo, y se ha llevado la sorpresa de que al localizar la antigua residencia de su familia, han podido abrir la puerta si permanecía la cerradura originaria que en algunos sitios se ha conservado. Hoy los sefardíes gozan de la nacionalidad española.

 

 

 

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