Detalle de la batalla del Glorioso con el Oxford. Oleo Dalmau

En 1747 reina Fernando VI, el segundo Borbón. España ya no es el imperio invencible de antaño, pero es todavía una gran potencia. Después de que el almirante inglés Vernon, sufriera la más desonrrosa derrota a las manos del almirante español Blas de Lezo en el asedio a Cartagena de Indias,   o después de la poco conocida historia del almirante Juan José Navarro, que resistió los embates de los hijos de la Pérfida Albión en el cabo Sicié, conocida también como “la batalla de Tolón,  un navío español fabricado en la Habana y cuyo nombre es el de Glorioso, iba a protagonizar una travesía épica en los anales de la historia naval de España e incomparable en ninguna otra batalla naval.

El Glorioso en el puerto de la Habana antes de Partir. Oleo de A. Vellespin

Tres palos, dos puentes y 70 cañones, excelente diseño para las travesías atlánticas sin ser veloz. Su comandante, un cordobés veterano en campañas navales, caballero de la Orden de Malta, Don Pedro Mesía de la Cerda,  a quien le fue comendada la misión de llevar unos cuatro millones de pesos duros en plata americana, a España, superando los bloqueos de la superpotencia británica. 

Don Pedro Mesia de la Cerda y de los Ríos. Museo Naval. Madrid

Era el verano de 1747, el navío de línea El Glorioso, había zarpado del puerto de la Habana con una importante, valiosa e apetecible carga entre sus entrañas. Lo que aparentaba una navegación tranquila, al llegar cerca de la isla de Flores, en las Azores, lugar donde don Álvaro de Bazán había derrotado a una escuadra inglesa en 1590. Pero ahora la situación es distinta; ahora los españoles están en inferioridad. Y es precisamente aquí donde comienzan los problemas. Don Pedro avistó un convoy inglés escoltado por un navío de línea, el Warwick, artilleado con 60 cañones, la fragata Lark, de 44 cañones y un paquebote de 20 piezas de artillería, todos ellos bajo el mando del comodoro Crooksanks . El capitán español tiene órdenes muy estrictas: hay que llevar el tesoro a España a toda costa. Así que, raudo, ordena desplegar velas y salir zumbando. Pero los ingleses le han visto y salen en su búsqueda: el paquebote queda con el convoy y el navío Warwick y la fragata Lark salen tras esa presa, muy jugosa y aparentemente fácil.

El Glorioso perseguido por el Warwik y su flota

La fragata, confiada, largó todo su aparejo para dar caza al Glorioso e intentar batir sus palos para así dar tiempo a que el Warwick se acercase y rematar la faena. La noche había caído sobre la trampa de lobos marinos, la luna llena era su único testigo. El español, navegaba a todo trapo y con viento de Barlovento sabedor de su inferioridad, la Lark, más rápida llegó por poa y comenzó el fuego.  Para sorpresa de los ingleses, a popa del Glorioso habián instalado una batería de cuatro piezas de veinte libras que destrozaron en unas pocas andanadas y gracias a la peripecia de los artilleros españoles, a la fragata inglesa. Sobre las dos de la madrugada el navío de línea Warwick entablo combate con el Glorioso, el inglés perdió su palo mayor y parte del trinquete dejándolo desarbolado totalmente. El navío inglés se retiró con el rabo entre las piernas. Que no siempre los ingleses, aunque lo vendan con orquesta, parieron leones.

La escena muestra, en primer término, a la fragata King George que queda rezagada por los destrozos causados por su encuentro con el Glorioso, que vemos en el extremo derecho, el cual, mientras se cañonea con otra fragata inglesa a la que también está causándole graves averías, sigue intentando dejar atrás a la jauría de fragatas que intentan darle caza. Al fondo, borrosamente, se observa la llegada de más buques ingleses. Grabado de John Boydell fechado en 1753. Los Angeles County Museum of Art

El Glorioso retomó su rumbo mientras sus hombres reparaban los daños del combate. Ya quedaba poco para llegar a España: a lo lejos, en el horizonte, se divisaba la costa gallega de Finisterre. Pero ese mismo día, 14 de agosto, aparece un nuevo enemigo, aún más poderoso: tres barcos ingleses, un navío, el Oxford, de sesenta cañones , la fragata Sorehan de  catorce y la corbeta de catorce piezas. Esta vez la táctica inglesa fue distinta: el navío atacó frontalmente a nuestro Glorioso. Al cabo de tres horas de cañoneo, el barco inglés se retiraba hecho una ruina., la se lanzaron entonces a por el Glorioso, pero los cañones de don Pedro y su pericia marinera y la mayor potencia de los españoles hizo retroceder al ‘Oxford’.  La fragata y la corbeta tomaron entonces el relevo pero el capitán español, vencido el mayor escollo, decidió avanzar hacia la costa para no poner por más tiempo en riesgo su preciada carga. Los dos barcos aún en liza trataron de desviarlo pero el Glorioso aguantó las salvas enemigas sin apartar su proa del puerto de Corcubión, en donde atracó entre vítores el 16 de agosto con su botín sano y salvo, con el bauprés hecho añicos, la popa totalmente acribillada, cinco muertos y más de cuarenta heridos, pero tras de sí había dejado un rastro de cinco buques enemigos vencidos y con la testa chamuscada por las salvas españolas.

Combate entre el Glorioso y el Oxford. Oleo de Augusto Ferrer Dalmau

Como apenas pudo arreglar muy por encima los daños de su barco, De la Cerda puso rumbo a Ferrol con idea de reparar en condiciones el navío en sus astilleros. Sin embargo, los vientos eran contrarios y tras varios días luchando contra el viento y el mar embravecidos, el capitán optó por dar la vuelta y dirigirse a Cádiz.  La decisión del capitán De la Cerda puede parecer equivocada teniendo en cuenta la cercanía del puerto ferrolano, pero hay que recordar que en pleno siglo XVIII, los vientos y las tormentas diezmaban tanto o más las flotas que el ataque de una escuadra enemiga, a lo que había que sumar la inconveniencia de navegar contracorriente en un barco destartalado. El capitán tomó la precaución de navegar lo más alejado posible de la costa pero aún así, la travesía era tan peligrosa como cruzar un campo de minas. El 17 de octubre, frente a las costas del sur de Portugal se encuentran con un grupo de 5 fragatas corsarias enemigas de 24 cañones cada una, apodadas “La Familia Real” por llevar nombres de los miembros de la familia real británica y bajo el mando del almirante Byng. La armada británica tenía grandes cuentas que ajustar con el Glorioso.  Sorprendido por aquella aparición el capitán don Pedro Mesía ordenó a la tripulación de ya su destartalado barco, una maniobra de fuga y las cuatro fragatas, que aprovechándose  de su rapidez y maniobrabilidad, además de su potencia artillera,  se lanzaron a su caza.

 

Popa del Navío Glorioso

El Glorioso mantuvo la ventaja durante un tiempo pero el viento era ligero y las fragatas más rápidas. Cuando el ‘King George’ ya casi alcanzaba al buque español, el viento desapareció por completo y le siguió una ‘calma chicha’ en la que los barcos se fueron acercando hasta quedar a un tiro de fusil el uno del otro. Ocurría que la bandera española no ondeaba por culpa de aquella calma y como además nuestra enseña era blanca y con un escudo en el medio, como la de los lusos, el inglés no supo si estaba ante un enemigo o un aliado. Hubo unos momentos de desconcierto, hasta que el ‘King George’ pidió al barco español que se identificase. Lo hizo primero en portugués, pero no obtuvo respuesta. Después lo comunicaron en inglés y fue entonces cuando el ‘Glorioso’ izó la insignia de combate y  una andanada que destrozó el palo mayor de la fragata dejando a esa osada fuera de combate pero llegó en su auxilio el  ‘Prince Frederick’, sumándose al combate. El ‘Glorioso’ tuvo entonces que repartir andanadas, pero mantenía a las dos fragatas a raya hasta que avistaron la llegada del ‘Duke’ y el ‘Princess Amelie’, ¡la familia real al completo! Cuatro fragatas contra un solo navío era más de lo que el ‘Glorioso’ podía soportar, de modo que optó por una honrosa retirada, perseguido por la voluntariosa escuadrilla y de pronto apareció en escena el navío inglés de 50 cañones Darmouth, que se acerca al Glorioso, intercambiando ambos nutrido fuego. Una andanada del buque español hace blanco en la santa bárbara y el buque inglés estalla, muriendo toda su tripulación salvo algo más de una docena de hombres de más de trescientos que constaba su dotación. Pero nada más terminar con el Darmouth, se arribó el navío Rusell,la flor y nata de la Royal Navy,  con 80 cañones asomando por sus amuras y cubierto de las tres fragatas restantes. Se intercambió un fuerte nutrido de fuego, de hierro y pólvora que duró unas doce horas de fuego cruzado y continuo que el bravo capitán De la Cerda, vio hasta el  anochecer y de nuevo hacerse el día sin dejar de presentar batalla. Sin municiones, con el casco literalmente destrozado y los aparejos inservibles, el Glorioso entregó las armas el 19 de octubre de aquel año de 1747, después de haber causado grandes destrozos en todos sus oponentes. Los españoles vendieron caro su pellejo.

Los asombrados británicos trataron tan cortés como caballerosamente a Mesía y a sus hombres,  marinos españoles, que solo sucumbieron al aplastante número de sus enemigos. Sin olvidar el decisivo hecho de que habían cumplido escrupulosamente su misión de traer el tesoro.

Combate entre el Glorioso contra el Rusell y las fragatas inglesas

Con otras palabras: tras haberse enfrentado a cuatro navíos, siete fragatas y dos bergantines, el Glorioso se rindió después de cuatro combates porque ya de ninguna manera podía ni navegar ni disparar contra sus enemigos tras haber salido victorioso de todos los combates anteriores estando siempre en inferioridad.

Los ingleses se llevaron una sorpresa cuando supieron que el verdadero motivo de la rendición del Glorioso no había sido ni las vías de agua ni el número de tripulantes muertos, sino la falta de munición, los españoles se quedaron sin pólvora para seguir disparando.

Capturar un maltrecho navío español de dos puentes los ingleses necesitaron dos escuadras y  les había costado uno de sus buques de igual porte con toda su dotación, graves daños en otros dos del mismo porte y notables averías en otro navío de tres puentes, por no hablar de las fragatas. Como no era una novedad, el navío español era superior en desplazamiento, robustez, dotación y peso de andanada a todos sus contendientes, excepto al último, un poderoso navío de tres puentes, pero eso no mengua en nada el valor y la destreza con que combatió.

La gesta del Glorioso fue tan extraordinaria que los mismos ingleses, a pesar de haber sido zurrados de lo lindo por el navío español, dejaron noticias de ella.

Grabado inglés que representa al Glorioso desarbolado tras su captura por el navío Rusell comandado por el capitán Buckle.
La gesta del Glorioso fue tan extraordinaria que los mismos ingleses, a pesar de haber sido zurrados de lo lindo por el navío español, dejaron noticias de ella

El Glorioso, tras ser capturado, fue saqueado en sus entrañas marineras intentando encontrar el ansiado tesoro llevándose una somera sorpresa más grave aún que todas las derrotas sufridas anteriormente. Esto fue, seguramente, lo que más les dolió a los britihs. Remolcaron los ingleses al maltrecho navío español a Lisboa. Su intención con tan fortísimo navío era integrarlo en la Royal Navy. De nada les sirvió, ni el casco pudieron aprovechar, pues por sus gravísimos daños, irreparables, tuvo que ser desguazado ya que no se podía hacer otra cosa con él y se hundió.

 Tras ser liberado, por sus merecimientos y el heroísmo demostrado, don Pedro Mesía de la Cerda fue ascendido a Jefe de Escuadra, recibiendo también la llave de gentilhombre, llegando  a ser Teniente General y Virrey de Nueva Granada, presidente además de la Real Audiencia de Santa Fe, cargos de los que tomó posesión el 24 de febrero de 1761. Le acompañaba su médico personal, el celebérrimo José Celestino Mutis, uno de los más destacados científicos españoles de la Ilustración.

Mesía encontró el virreinato en un estado caótico y las arcas vacías, tal como comunicó a la Corte en su primer informe. Estuvo 10 meses en Cartagena de Indias y encargó la restauración de las fortificaciones al general de ingenieros Antonio Arévalo. Una vez en Bogotá, aprobó la fundación del primer colegio femenino del Nuevo Mundo, y por mediación de Mutis dispuso la creación de cátedras de Matemáticas en los centros de enseñanza superior de Nueva Granada. Por Real cédula de Carlos III de 8 de diciembre de 1762 dirigida al virrey Mesía, este nombró a Juan Antonio Zelaya Gobernador de Guayaquil el 11 de octubre de 1763, y el 17 de mayo de 1766 le otorgó el título de Presidente interino de Quito.

Fomentó la minería de plata en los yacimientos de Mariquita, a cuyo cargo puso a los hermanos Fausto y Juan José Delhuyar, descubridores del wolframio. Para aumentar los ingresos de las cajas reales, estableció el estanco del aguardiente de caña y nacionalizó el servicio postal. Asimismo propuso la liberalización del comercio del Nuevo Mundo, que sería aprobada por el rey Carlos III algunos años después, el 12 de octubre de 1778.

En 1767, en cumplimiento de la Pragmática Sanción, supervisó la expulsión de los 187 jesuitas residentes en Nueva Granada. Dispuso igualmente que las bibliotecas jesuíticas fueran llevadas a Granada, y con sus fondos creó la Real Biblioteca de Santa Fé de Bogotá, que luego sería la Biblioteca Nacional de Colombia, primera biblioteca pública de Nueva Granada.

Ante la falta endémica de pólvora para las guarniciones militares, ordenó la búsqueda exhaustiva de salitre, que fue hallado en Tunja y Sogamoso, y creó la Real Fábrica de Pólvora de Santa Fe.

Sus últimos años de gobierno estuvieron amargados por los disturbios en Quito y los choques con la Audiencia de esta ciudad. El 21 de diciembre de 1771 fue aceptada su renuncia al cargo, que se hizo efectiva el 31 de octubre de 1772, para regresar seguidamente a España donde murió  en Maadrid  un 15 de abril de 1783.

El Glorioso

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